La política venezolana sigue siendo un escenario de polarización e incertidumbre. La nueva posesión de Nicolás Maduro como presidente reelecto del vecino país está marcada por un contexto de desconocimiento internacional. Edmundo González, reconocido por varios países como presidente electo, continúa su gira diplomática, llevando las actas que supuestamente lo legitiman como mandatario. Mientras tanto, Gustavo Petro, presidente de Colombia, decidió no asistir al acto oficial en Caracas, generando reacciones tanto dentro como fuera de su país.
La decisión de Petro no es fortuita. Su ausencia en la posesión de Maduro podría leerse como una estrategia de equilibrio político. Por un lado, busca no romper completamente los lazos diplomáticos con Venezuela, clave para temas como la reapertura fronteriza y el manejo de la crisis migratoria. Por otro, evita una adhesión simbólica a un mandato cuestionado por buena parte de la comunidad internacional. En un contexto donde Colombia necesita mantener relaciones estables con Estados Unidos y Europa, la no asistencia de Petro parece ser un mensaje de prudencia: no apoyar abiertamente a Maduro sin confrontarlo directamente.
La respuesta de Diosdado Cabello no se hizo esperar. Desde su habitual tono desafiante, Cabello acusó a Petro de ceder a las presiones internacionales, calificando su decisión como una muestra de debilidad. Pero más allá de las palabras incendiarias, la realidad es que Venezuela no puede permitirse tensar demasiado la relación con Colombia, su principal socio comercial y un actor clave en la región.
Por otro lado, la situación de María Corina Machado, una de las principales figuras de la oposición venezolana, resalta el riesgo constante al que están sometidos los disidentes en el país. Con denuncias de persecución y un posible intento de captura, el régimen busca neutralizar a quienes representan una amenaza política. La posibilidad de que María Corina sea detenida demuestra que el chavismo no está dispuesto a tolerar voces que desafíen su narrativa, especialmente en un momento de cuestionamiento internacional.
En este tablero complejo, Edmundo González sigue recorriendo el mundo, presentándose como el verdadero presidente electo de Venezuela. Su recepción por parte de varios gobiernos refleja una grieta profunda en el reconocimiento del régimen de Maduro. Sin embargo, la experiencia de Juan Guaidó, quien también fue respaldado por muchos países, pero no logró consolidarse en el poder, invita a cuestionar cuánto puede durar esta dualidad presidencial.
En el caso de Colombia, la pregunta no es solo si conviene o no asistir a la posesión de Maduro, sino qué tanto Petro puede mantener su postura ambivalente sin provocar un desgaste diplomático. La relación entre ambos países está marcada por intereses económicos, pero también por tensiones ideológicas. La no presencia de Petro puede ser una jugada estratégica, pero también un punto de quiebre si no se maneja con suficiente cuidado.
Finalmente, la paradoja es evidente: quienes más critican a Maduro son quienes, en cierto sentido, le garantizan su permanencia en el poder al polarizar el debate. Mientras tanto, Venezuela sigue atrapada en una dualidad presidencial que refleja la fragmentación de su sociedad y la incapacidad de su clase política para alcanzar un acuerdo que permita al país avanzar.
¿Le conviene a Colombia la ausencia de Petro en la posesión de Maduro? Mientras Gustavo Petro no reciba en Colombia a Edmundo González como lo hizo Duque con Guaidó, se puede pensar que es una posición de prudencia, ya que los dos países sí tienen qué perder en la eventualidad que exista una ruptura diplomática entre las dos naciones.