En la comedia negra en que ha caído el problema político – económico de Venezuela con los Estados Unidos y en donde se han anexado algunos países, entre ellos Colombia, existen una escenas peligrosas que intranquilizan a los habitantes de la frontera, principalmente en La Guajira.
En el sainete de las escenas del temor predomina una retórica por parte del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, quien con lenguaje persuasivo y poco estético pone en peligro la seguridad de los venezolanos, así como los países vecinos que están en contra de sus políticas; contrario a ello, el gobierno de los Estados Unidos está montado en su propia película con más acción y ciencia ficción, adicionalmente quien gobierna al país del ‘Tío Sam’ no sabe de juegos a la hora de decretar los bloqueos económicos y su posición de invasor.
El mundo se ha polarizado en torno al tema Nicolás Maduro y Juan Guaidó, los dos presidentes que tiene Venezuela. Son gobernantes que han divido al constituyente primario, se acogen a la misma Constitución pero aplican diferentes artículos y los dos presidentes en medio de la hostilidad, se respetan la línea imaginaria que han trazado, simplemente porque cada quien tiene su potencia mundial que respalda. Entre el titular y el interino mantienen en ascuas al “bravo pueblo” que en medio de su grito de patria, pide respecto a la virtud y al honor.
Como habitantes de esta frontera que hace parte de la Nación Wayuú, la misma que históricamente ha mantenido su hermandad con el Estado Zulia y que desde la creación de las dos naciones, ha compartido la Serranía del Perijá, no estamos de acuerdo con cualquier confrontación bélica que se pueda suscitar entre Venezuela y el apoyo de Colombia en su intervención, ya que seremos los guajiros los mayores afectados en estas diferencias políticas.
Como están las cosas con Venezuela y esperando que Dios meta su mano en la escaramuza entre los países intervinientes, la situación requiere de un bálsamo como ocurrió a mediados de la década de los 80, cuando la sancristobalense con afecto familiar en Cúcuta, Blanca Ibáñez, calmó la furia de su esposo Jaime Lusinchi, entonces presidente de Venezuela, para que no atacara a Colombia ante los reclamos por las delimitaciones marítimas por las aguas del Golfo de Venezuela o Golfo de Coquivacoa, en hechos que se inició en el ocaso del gobierno de Belisario Betancur Cuartas, pero que tuvo su esplendor en los albores de la administración de Virgilio Barco.
Allí, el paisanaje de los cucuteños Blanca Ibáñez y Virgilio Barco lograron apaciguar la máxima tensión que generó la corbeta colombiana cuando ingresó a las aguas de disputa, pero la nota conciliadora del acordeón de Egidio Cuadrado y el canto de Freddy Hernández Moreno, fueron suficientes para que en el Palacio de Miraflores se cantara un vallenato con lazos de hermandad entre las dos naciones.