Para tratar de responder la pregunta del título de la presente columna es necesario hacer una mirada retrospectiva en los últimos sesenta años en Colombia, la Costa Atlántica, y la Provincia del Cacique Upar y del sur de La Guajira, así como visualizar los acontecimientos en marzo, mayo y junio del año entrante relacionados con la elección del poder ejecutivo nacional y el papel que entran a jugar los cultores del folklor y su relación de intercambio con los gobernantes de turno y los que acumulan riquezas de todos los orígenes.
Históricamente, hasta la mitad del siglo XX, lo que se puede encontrar en estos territorios es que el arte popular y sus representantes más connotados, son menospreciados por las élites que solo reconocían las expresiones musicales “cultas” importadas desde Europa.
Lo que se conoce como los conjuntos instrumentales para acompañar los cantos vallenatos de la provincia sintetizan la fusión triétnica multicultural y diversa de guacharaca, caja y acordeón que aportaron el pueblo originario de los indígenas, los esclavos traídos de África y el invasor europeo
Hasta la década de los 60 a la música de acordeón se le prohibía su ingreso a los clubes de la primera sociedad regional.
Cuando los bienes culturales son transformados en una mercancía, los terratenientes y la dirigencia local descubren el valor de cambio comercial de la música tropical, y específicamente, la vallenata. En este proceso de circulación contribuyeron las bonanzas, como la marimbera.
Simultáneamente, la aristocracia criolla provinciana se apropia de la producción autóctona de compositores e intérpretes. Organizan e institucionalizan festivales (como el de Valledupar en 1968), concursos y todo tipo de eventos para canalizar toda la producción de los cultores que son cooptados por quienes ahora se consideran depositarios y representantes de la música popular.
La respuesta a la pregunta al servicio de quien está el folklor vallenato nos la aporta Leandro Díaz Duarte, el juglar del sur de La Guajira, con el paseo ‘Soy’’, compuesto en 1986. Los cuatro primeros versos con rima consonante y asonante de la tercera estrofa contienen el testimonio, la vivencia y compromiso con los trabajadores del campo y lo que Él ha vivido en los últimos 30 años en primera persona:
“Yo soy amigo del labrador, que mal le pagan por su trabajo que en carne propia sufre el dolor igual que a mí que me han explotado”
No es casual que este lamento y reivindicación cantada haya tenido poca difusión por la industria musical. Quienes lograron grabarla no alcanzaron a posicionarla en el ranking de audición porque los medios de radiodifusión, televisivos, impresos le preocupaba el tercer cuarteto de la composición, particularmente, el mensaje del cuarto versos, que terminan por generarle un veto pasivo. Además, que no hay payola, los intérpretes se abstienen de incluirla en el repertorio de presentaciones, bailes, casetas, auto imponiéndole censura a la incómoda canción del Homero de la provincia.
Seguramente que, en las campañas electorales del primer semestre de 2022, no se utilizará esta composición para animar a los electores a apoyar con su voto a determinados candidatos por la letra y melodía de la última estrofa.
“Aquí en Colombia todo lo bueno está planeado pa` los de arriba y los de abajo siguen viviendo sin paz, sin techo y sin medicina”
Si Ud., lector crítico, escucha la ejecución sentida de “Soy” por su compositor a través del enlace https://www.youtube.com/atch?v=w3suogmkczQ&ab_channel=musicalafrolatino la totalidad de las seis estrofas de esa declaración de principios en ritmo de paseo vallenato tiene los argumentos y razones para contestar la pregunta: ¿A quién le sirve el folklor?
La respuesta en vida de Leandro Díaz siempre fue en vía contraria de compositores, cantantes e intérpretes que hipotecan su inspiración al mejor postor y canjean, como cualquier mercancía, letras, melodías y saludos en el género vallenato por el pago en especie, influencias o en dinero. El compromiso del arte es con su base a la cual se debe y no con los que oprimen al pueblo prevalidos de un supuesto poder conferido por la ciudadanía.
Con estas alianzas perversas y oprobiosas, el artista se lucran del que detecta el poder, contribuye con su obra por encargo a perpetuar proyectos políticos que prologa la miseria, el sometimiento y la alienación de los pueblos.