El 26 de junio de 2006 fallece en Valledupar de manera inesperada uno de los integrantes de la promoción bachilleres 1970 del Colegio Nacional Loperena.
Desde 1967 hasta 1970 compartimos aulas de tercero a sexto de bachillerato con Jairo Jiménez Dangond, y luego, hasta su partida renovábamos las congratulaciones por nuestra graduación que hoy se preserva con su esposa Miriam y sus tres hijos Alain, Jairo y Jamir.
Durante los cuatro años de bachillerato que fuimos compañero de aulas se perfiló como un joven espontáneo, auténtico, que participaba en todas las actividades académicas, deportivas y de proyección del colegio, asumiendo su condición de genuino y auténtico lopereno en el concierto de las instituciones educativas locales. Era alegre, irreverente sin ser irrespetuoso y tomador del pelo, pero solidario. Por su constitución física y su hiperactividad se le llamaba ‘El Grillo’ al cual respondía con total frescura y naturalidad.
Aunque parezca paradójico, como decía uno de nuestros profesores (Gustavo Cotes Fernández), se profesionaliza en ciencia de la educación y prestas sus servicios profesionales, entre otras, en la secretaria de educación del departamento del Cesar. Siempre que nos encontrábamos, el primer tema era su colegio Loperena: Cómo preservar su liderazgo regional, la calidad, cobertura y la efectividad de sus procesos educativa sin descuidar su infraestructura física.
El tres de enero de 2006, ciento cuarenta y tres días antes de su fallecimiento, nos reunimos, en la casa de la familia Jiménez Fadul, los compañeros Máncel Enrique Martínez Duran (que ya partió), Juvenal Daza Bermúdez, Jaime Arregoces Montero, José Agustín (Tin) Daza Díaz, Franklin Fadul Dangond y el suscrito. Jamás imaginamos que era un sentido encuentro para despedirnos del entusiasta y generoso anfitrión Jairo José.
Fue una noche con amanecida incluida como hacía tiempos no ocurría. En el pretil de la residencia que nos acogió con tanta hospitalidad, recordamos los gratos e inolvidables amaneceres del viejo Valle. En la primera noche hicimos nuestro habitual ejercicio de apreciación musical con los intérpretes que marcaron nuestra época: Alfredo Gutiérrez y Calixto Ochoa. Como cuando estábamos en el bachillerato, Tin Daza volvió a repasar con su silbido y cambio de registros vocales el repertorio del rebelde del acordeón. La audición y coreo de las canciones hilvanaban las anécdotas de las primaveras del ayer y poner a prueba la capacidad de burlarnos de nuestras propias dificultades y limitaciones que no fueron pocas.
Lo cierto siempre, es que quien tuvo la mayor capacidad autocrítica de los difíciles episodios del pasado y orientarla a una terapia de grupo de nuestra promoción y generación fue la del compañero Grillo.
Que nos íbamos a imaginar que esa noche con su mañana incluida, en donde nos embriagamos de nostalgias, haciendo memoria y reminiscencias, era premonitoria del desenlace fatal seis meses después cuando nos poníamos cita para iniciar la preparación de nuestra boda de oro como egresados del alma mater. Jamás pensamos que era un hasta siempre definitivo.
Cuando se cumplen los quince años de la partida del entrañable compañero, quienes integramos la promoción de bachilleres del Loperena 1970, en un momento de tanta crisis e incertidumbre, y cuando tenemos que pensar en los relevos generacionales, hacemos recordación de ese fraterno amigo carismático.
Si hay un legado de nuestra generación a la gente joven de ahora es quizás el valor de la amistad incondicional y el compromiso para emprender proyectos de vida que contribuyeron a cambiar un pueblo como Valledupar y la provincia en una región más igualitaria y próspera con su recurso humanos más preparado para transformar su entorno como lo demostró con su vida el siempre lopereno Jairo José Jiménez Dangond.