La vetusta edificación del teatro Aurora de Riohacha, abandonada a su suerte, se convirtió en el epicentro de la confrontación social. Jóvenes artistas, en medio del Paro Nacional, utilizaron sus paredes para expresar sus ideas con mensajes y murales que llaman a la reflexión de la situación del país y especialmente de La Guajira, en cuanto a la mortandad de infantes wayuú. La bandera de Colombia al revés pasó a ser una tendencia nacional e internacional, pues el rojo del pabellón subió como símbolo de la sangre que derramaron los héroes del ayer y los jóvenes de hoy en las protestas.
Los murales se hicieron a plena luz del día por una organización juvenil que lideró con mucho colorido, música y baile las marchas pacíficas. Los jóvenes se hicieron responsables de sus actos, gesto que debe tomarse como constructivo de paz, no como vandalismo en oposición a lo que piensan algunos. Esas pinturas y grafitis nos recuerdan el dolor que deberíamos sentir todos. Si un mural cuantifica el número de niños muertos de hambre, causa evitable, y recuerda el departamento fallido que somos, esa información es una bofetada a quienes se apropiaron de los recursos que estaban destinados a evitarlo.
La verdad siempre produce urticaria. Un mural resaltaba la bandera al revés como símbolo de la forma como el Centro Democrático en cabeza del presidente Duque maneja el país; el rojo sangriento arriba significando la respuesta del Estado a la protesta social. Blanquear ese mural fue la tarea de unas activistas reconocidas, quienes de paso también lucían sus camisetas blancas, quizás atendiendo un llamado nacional de la “gente de bien”, lo hicieron también a plena luz del día sin ningún distintivo. Cuando se les rechazó su decisión política, adujeron que no era a nombre de su partido, sino como fundación dedicada al ornato de la ciudad. Eso es tirar la piedra y esconder la mano.
El otro mural de los niños wayuú muertos de hambre con la cifra oficial, en plena centro histórico de Riohacha con el almirante Padilla como testigo avergonzó a más de uno. ¿A quién podría incomodar que un mural resalte la cifra oficial de niños muertos de hambre en La Guajira? La desgracia del pueblo guajiro de tener al grueso de sus niños hambrientos, enfermos y con la peor educación posible, no es un designio divino; es a causa de la desidia y el dolo con que se han manejado los recursos y eso tiene nombre propio. Nuestros referentes son muy bajos. La crisis más profunda que tenemos es de capital humano. Basta echar una simple mirada a las líderes de las instituciones y a los gabinetes para identificar ese vacío de conocimiento, liderazgo y honestidad.
Por otro lado, es inaceptable que personas que han sido condenadas y encarceladas por sus malos manejos sigan dominando las decisiones importantes en Riohacha y el resto de La Guajira. Urge la creación de una nueva generación de idóneos y honestos, aunque nos tardemos 20 años. Es complaciente ver un grupo de jóvenes profesionales estudiosos haciendo cosas novedosas por la región; esa es la simiente. Hay que pasar la página donde los más capaces terminan castigados por la politiquería. Los inquietos y pacíficos jóvenes que han liderado la protesta social están llamados a asumir las riendas de este departamento y distrito fallidos.
La blanqueada inicial de los murales ha pasado desapercibida, pues hay responsables que dieron la cara con el pretexto del “embellecimiento” de la ciudad para dar mayor atractivo turístico. De todas maneras, el blanco siempre es símbolo de paz, inocencia y pureza. La segunda arremetida en contra de la protesta artística luce tenebrosa, pues se habla de camionetas y de gente encapuchada en la madrugada del domingo que cubrieron todo de rojo. El color rojo ha sido el mismo signo que han utilizado los jóvenes para indicar la sangre derramada por ellos a nivel nacional. Podemos ver en las calles pinturas antropomorfas salpicadas de rojo. El segundo saboteo a la expresión artística es una amenaza a los jóvenes, en su mismo lenguaje.