El sistema de salud colombiano tiene sus defensores y sus detractores; el que apoya una reforma y el que no; lo paradójico es que, al nivel del diagnóstico, y a pesar de sus visiones antagonistas, ambos bandos tienen razón; es un sistema particularmente susceptible a la corrupción debido a la gran cantidad de recursos, la asimetría de la información, la gran cantidad de actores, la complejidad y fragmentación del sistema y la naturaleza globalizada de la cadena de suministro de medicamentos y dispositivos médicos, elementos atractivos para corromper más el sistema.
Las trabas administrativas, generalmente igual de dañinas que innecesarias, impuestas por algunas EPS a sus usuarios, o la negación de tratamientos que deberían cubrir, los tiempos de espera demasiado largos para la consecución de una cita que puede ser urgente hace que en diferentes encuestas los usuarios se declaren insatisfechos con la calidad de la atención recibida y del sistema de salud en su conjunto, incluyendo a hospitales públicos y privados, no es mentira que existen entidades a las que se pueden manosear y que no puedan garantizar transparencia; debió hace rato construirse una propuesta para buscar un equilibrio entre la realidad política de las regiones y la meritocracia, se debe hacer ya un examen de Estado, como el Icfes o el Ecaes, a nivel central que no tenga acceso a la corrupción, para elegir gerentes comprometidos, honestos y serios; acá debe iniciar parte de la reforma.
Existen algunos ejemplos de terror en nuestro sistema responsable por la promoción y prevención de la salud; damos uno de los ejemplos en un alto porcentaje de las mujeres con cáncer de mama afiliadas a una EPS en el régimen contributivo, quienes fueron diagnosticadas tardíamente o ya con metástasis, si eran del régimen subsidiado y pobres, la situación es más terrorífica: se observa un porcentaje mayor de las que padecían esta enfermedad y fueron diagnosticadas en esas fases avanzadas y cuando se trató de cáncer de cuello uterino, el diagnóstico tardío fue alto en el régimen contributivo y más alto en el subsidiado.
Si hablamos de las personas diabéticas a muchas se les practicaron amputaciones de pies, también por falta de prevención, se ven además casos de sífilis congénita en esta época moderna de la medicina, en buena medida porque un alto porcentaje de las madres se habían afiliado a la EPS cuando ya estaban embarazadas y eso que por ley la ruta materna es sagrada en nuestro sistema de salud y si hablamos de entrega de medicamentos, al final la mayoría no tuvieron tratamiento y para cumplir con su tratamiento y tratarse, lo costean de su bolsillo.
No puede haber hospitales públicos de primer nivel de atención de salud sin capacidades básicas para atender un infarto o un parto, sin un suero antiofídico, sin laboratorios básicos, sin primeros auxilios psiquiátricos en pueblos que no existen unidades mentales, sin un ecógrafo para tener un diagnóstico temprano y que hablar de la conectividad. Es poco probable que los intereses económicos opuestos de las EPS y de las IPS terminen beneficiando a los usuarios, al contrario, los estamos enfermando más.
Nadie de los dos bandos quiere ver la verdadera causa; la atención en salud llega tarde a los ciudadanos cuando su enfermedad está complicada, no cuando una medida sencilla y económica habría podido contener la progresión de su enfermedad y los costos del tratamiento. Tremenda paradoja: nuestra desgracia es que nadie quiere financiar lo que no es costoso en pequeños puestos, centros y hospitales de las zonas más alejadas, no es solo infraestructura, es que sea sostenible en el tiempo, si no también en dotación y talento humano básico.
A los altos funcionarios del sector se les reclama más por deudas pendientes que por la ausencia de estrategias de promoción y prevención. Las cabezas de las EPS viven más angustiadas por los balances contables que por no haber evitado el incremento de la enfermedad en las poblaciones a su cargo, por falta de seguimiento a las políticas de promoción y prevención.
La cuenta de cobro de esa irracionalidad es cada día más alta, pero seguimos buscando el ahogado río arriba; ponemos entonces el grito en el cielo, unos repiten el mantra de que la plata no alcanza. Los prestadores claman por sus pagos con un desespero exacerbado y el paciente en el peor de los casos esperando una muerte digna.