Toda civilización antigua en su sabiduría escasa en medios tecnológicos, pero sobrada en pragmatismo fundaba vivienda al margen de los ríos, en las proximidades de las costas. En los pasados juegos olímpicos la alcaldesa de París nadó en el Sena para demostrar al mundo que el río por fin había sido recuperado y podría volver a usarse para competencias náuticas. Dos hechos marginales para circunscribir la cultura anfibia que persiste en la sociedad contemporánea.
El río Ranchería es el acuífero más importante del departamento de La Guajira. Su recorrido desde el lado este de la Sierra Nevada de Santa Marta en el páramo de Chirigua a más de 3 mil 800 metros sobre el nivel del mar, cubre casi 250 kilómetros antes de explayarse en varios brazos en su delta en Suchimma, la ciudad del rio para los wayuú.
Fredy González en un documento histórico sobre trabajos de ingeniería en el río Ranchería en el siglo XIX, a partir de fuentes consultadas en la Biblioteca Nacional, narra detalles de un episodio de la historia anfibia de la ciudad de Riohacha. El agua suministrada por los wayuú a mediados del siglo XIX en barriles transportados desde el brazo del Calancala por el camino de San Antonio, a veces presentaba atrasos por inconvenientes sujetos a los rituales de velorio u otros acontecimientos de la tradición y la cultura, que influyen con regularidad en el suministro.
Para sortear estas eventualidades, los colonos franceses radicados en la ciudad decidieron contratar en su país un ingeniero experto que interviniera con los avances técnicos el suelo de Riohacha en inmediaciones del río y produjera el milagro de un suministro continuo y medianamente potable. El francés Eliseo Reclus en crónica de viaje de 1861 detalla la historia del supuesto ingeniero contactado para tales menesteres de nombre Antonio Rameu, que a la postre resultó ser un embaucador, que vio una oportunidad de cambiar de ambiente y ganarse un dinero a costa de la ingenuidad ciudadana. Luego de dos intentos infructuosos al tratar de perforar el suelo con taladros, la ciudadanía decidió sepultar en el mismo hueco el artilugio ingenieril francés con sus ilusiones de agua y saneamiento para la ciudad. Pero Rameu siempre vuelve.
Este puede ser un hecho remoto de la historia de hace 164 años, pero el fraude sigue siendo perpetrado no por franceses, sino por empresas concesionarias que han venido cambiando de nombre en las últimas tres décadas (Aguas 2000, Aguas de La Guajira, Asaa y Aqualia), pero se apellidan Rameu.
Algunos medios alternativos franceses informaron que la alcaldesa luego de su arriesgada zambullida en el agua del Sena padeció un episodio de diarrea atribuido a la presencia de bacterias presentes en aguas contaminadas. Riesgo que no ha querido tomar ningún alcalde de beber el agua cruda de Riohacha y mucho menos la de Camarones. Ellos son socios de Rameu, pero no se arriesgaría a bañarse en el Ranchería o en la Laguna Salaa.
Los acuíferos de la ciudad incluidos su sistema lagunar han sido violentados por el crecimiento urbano que ha venido constriñendo su lecho con rellenos y el vertimiento de las alcantarillas convirtiendo el estuario en una desembocadura de inmundicias. Los intentos frustrados del pasado se fueron sumando a un desapego malpechoso que lo padece la laguna histórica y lo reciente el Ranchería, este último aguantando con estoicismo la tendencia palafítica de la ciudad de convertir el Riíto en un afluente subterráneo que sea visto desde lejos y ajeno, para que deje por fin de tinturar de café la sangre azul de su mar Caribe y proceloso. Aquí no convence la tesis del exministro de Cultura nacional, Juan David Correa, que afirmaba que el agua es vida que se mueve tomando diversas formas, para nuestros Rameus, el agua es un negocio que se mueve tomando diversas formas, llamadas concesiones.