“Presiento con las brisas de verano la presencia de un hermano, que por circunstancias de la vida de mi lado un día se fue, recuerdo los consejos de mis viejos que a la tumba ya se fueron, y quisiera devolver el tiempo para verlos otra vez, Navidad quisiera encontrarlos de nuevo. Navidad, será que se han ido hasta el cielo ¿Dónde están? Quisiera abrazar a mis viejos”. Imposible iniciar nuestra crónica en este día embriagado de tantos recuerdos sin que viniera a mi mente el aparte transcrito de una de las canciones que más me gustan, ‘Vientos de Navidad’ de la autoría de Wilfrand Castillo, interpretada por ‘Los Diablitos’ con Omar Geles y Alex Manga, la incluyeron en el LP ‘Corazón de ángel’ que salió en 1998. Es de esos temas musicales que estremecen el corazón, mucho más cuando en cumplimiento del deber sagrado de entregar a Dios lo mejor que se tiene hemos tenido que entregarle a nuestros padres y también a nuestros hermanos a quienes se extrañan mucho más durante las fiestas de la natividad.
Vienen a la mente en estos días aquellos acontecimientos agradables que se vivieron en aquella época cuando éramos felices pero no nos enteramos, también vienen a mí algunas recordaciones de situaciones evidentemente dolorosas que se vivieron durante mi primera infancia y tuvieron impacto directo sobre el hogar sagrado que mi Dios me regaló, en ese sentido fue marcada la Navidad en mí aquella vez cuando apenas había cumplido mis primeros ocho años de circulación por este mundo cuando en plena Navidad sucedieron tres hechos luctuosos que me impactaron, y que por diferentes motivos acabaron con la alegría en mi casa.
Se vivían en Monguí entonces días largos, divertidos, y noches cortas y frías, los alares de la casa de techo de Zinc a donde nací amanecían húmedos por las aguas destiladas desde arriba por el intenso frío de las madrugadas decembrinas, al pueblo habían regresado ya con su alegría y su jolgorio los muchachos y muchachas que cursaban sus estudios de Bachillerato para graduarse como ‘Normalistas’ y futuras docentes las jóvenes que estudiaban en la ‘Normal’ de Uribia, los jóvenes que cursaban estudios para titularse como ‘Bachilleres agrícolas’ en las Escuelas vocacionales Agrícolas de Fonseca y de Carraipía, y mis hermanos Amylkar y Mariela habían regresado ya de Medellín, en donde realizaban sus estudios universitarios. Había fiestas y paseos por todas partes, los picó de Mitilia Rosado y de Joaquín Muñiz no se silenciaban. No había dudas, mi pueblo estaba contento.
No obstante, aquella alegría desbordada, esas noches plenilunares que se unían a la dicha colectiva, muy pronto sería marchitada al sobrevenir tres situaciones que por su trascendencia acabaron con aquella sucesión de festejos que alegraban a Dios. Lo primero sucedió el 23 de diciembre cuando por primera y última vez vi morir frente a mis ojos a un ser humano, ese día vi partir de este mundo a la presencia de Dios a Segundo Peralta, un tío de mi vieja a quien ella quería entrañablemente. Recuerdo que eran las 10 de la mañana aproximadamente, al frente de nuestra casa se estacionó el camión de Eli Rodríguez, yo estaba contento en la cocina porque mi vieja iba a guisar unos conejos para el almuerzo, en esos momentos alguien entró y le dijo a mamá que la estaban llamando desde el camión, me fui detrás de ella para darme cuenta qué sucedía, pues tuve la mala costumbre de estar pendiente de lo que los mayores hablaban. Cuando nos acercamos le dijo Silvio Peralta, su primo, “Prima voy con el viejo para Riohacha porque se ha sentido mal pero él pidió que parara aquí para decirle algo”. En esos momentos él inclinó la cabeza para verla y cuando le iba a decir algo de la comisura de su boca brotó un chorrito de color café, yo no sabía que era sangre, en esos momentos ella dijo que lo bajaran que se estaba muriendo, sus ojos voltearon para arriba y así terminó de morir enlutando durante larguísimos meses y tal vez años el corazón de mamá.
Apenas estaban superando mis viejos esa pérdida tres días después, cuando el día 27 de aquel diciembre negro don Luis Carlos Cobo, gran amigo de mis padres y su compadre, pues era el padrino de ‘Chichi’, mi hermano, y contertulio permanente de mi padre, sufrió un grave quebranto de salud que después se supo que se trataba de un episodio isquémico. Aquella tarde cuando lo trasladaron para Riohacha en el camión de Uldarico Gutiérrez, cuando el carro pasó por el frente de la casa, él miró y levantó la mano diciéndonos adiós a quienes estábamos en la puerta, pero nadie imaginó que era su despedida final, porque finalmente su estado de salud empeoró durante la noche y falleció. Fue muy sentida su partida porque era un hombre de la casa, se desempeñaba como Visitador de la Caja Agraria, quien orientaba a todos los campesinos de la región para que se beneficiaran con los créditos, era conservador doctrinario como mi padre pero pastranista y mi padre Alarista, pero eso nunca los distanció personalmente, su figura siempre elegante tomando el café y leyendo con mi padre el periódico nunca se ha borrado de mi mente. Cerró la fatalidad de aquellos días largamente esperados por mí para gozar y que terminaron en luto general, el asesinato en las orillas del pueblo, por el sector de Los Olivos dos días después, de un menor a quien todos conocíamos porque transitaba por todo el pueblo avisando que había carbón y por sus grandes orejas todos le decíamos ‘Topoyiyo’, siempre andaba descalzo y tenía el pelo totalmente liso y flechu, era hijo de una pareja de forasteros que vivían de la venta de carbón y las ayudas que se les brindaban, nunca pude conocer los detalles del crimen pero eso también nos entristeció a todos .
Las cosas han cambiado, aquel diciembre fatal que había comenzado mal por la muerte de ‘Chema’ Sierra, padre de unos primos de mi vieja durante la primera semana, ya había indicado que la vaina no venía bien, el pueblo recuperó la alegría tres años después cuando a Ángel, mi hermano, se le ocurrió impulsar la idea de hacer el Festival del Dulce de Leche en 1974 lo cual recibió el inmediato apoyo de los veteranos, entre ellos Miguel Campo Brito, y Manuela Bermúdez y la entusiasta participación de los jóvenes del momento, no hubo más diciembres negros en mi pueblo, pero era evidente que algo faltaba. Durante los últimos veinte años, se había dejado de hacer el festival y se sentía que algo faltaba, este año lo recuperamos y ya estamos pensando en el próximo porque nunca más dejaremos de bailar en Navidad para agradar a Dios y para gozo de nuestra gente que se encuentra en el cielo.
¡¡Felices pascuas y próspero año nuevo!!