Jueves 2 de octubre de 1988. Residencia de don Jorge Lacouture Orozco y señora Zunilda Amaya Ovalle, plaza principal de Villanueva. Eran las dos de la tarde. Un ángel abre la puerta, sonríe y le susurra en el oído del señor Rafael un mensaje celestial. Había llegado la hora del reencuentro con sus padres, especialmente con su adorada esposa, Eloísa Ovalle, “tanto” para sus más íntimos familiares; con sus amigos Manuel Fernández Frías con quien escribió la primera historia de Villanueva; con el dirigente conservador Luis Carlos Lacouture Daza, su confidente –corrector de pruebas de sus libros y novelas–, con la matrona Remedios Herrera de Baquero –mi abuela– con quien compartía y departía tertulias en las tardes en su residencia; con Alfonso Parra París y Nicomedes Daza López, quienes tuvieron la responsabilidad de continuar el legado que él dejó como regente de su colegio.
Y el maestro Rafael Antonio Amaya se nos fue. Se calló para siempre su mente prodigiosa constituida de varias esencias o mejor de extraordinarios talentos que Dios le dio mientras estuvo en la tierra. La alegría en el cielo era inmensa, en la tierra el dolor nos agobiaba. Nos consuelan sus enseñanzas a los miles de educandos que pasamos por su colegio, sus recuerdos, sus anécdotas, su figura gallarda y elegante, dueño de un glamour sin par, de su sencillez, de su humanismo, de su gracia y caridad con todo el pueblo villanuevero.
Cuentan que por las noches, a través del viento, se escuchaban sus pasos en lo que fue su colegio –Santo Tomás – que él fundó en 1919. Se escuchaban sus clases magistrales de latín, francés e inglés que dominaba a la perfección y de civismo por el respeto y la ética, principios elementales en su oratoria como educador que se escapan de lo alto y es que si tuviéramos la oportunidad de preguntar a Dios por el maestro Rafael Antonio Amaya, de seguro nos respondería “el señor Rafael continúa dando cátedra, aquí en el cielo”.
El maestro Rafael Antonio Amaya es de esas figuras que jamás se olvidan. Que se aprenden a amarlo profundamente. En él se conjugaron los elementos propios para hacer del hombre un ser maravilloso. El amor, la sencillez, el respeto, la gracia, la inteligencia y la honestidad que imprimió a los suyos, son algunos de estos elementos. El Todopoderoso le dio en gracia unos dones o talentos que los supo aprovechar y los entregó a la educación, como el mejor que tuvo la región por décadas; en la rima de la música fue profundo y por ello fue el autor de varios himnos: el de Villanueva (que fue institucionalizado en la administración de Luis Alberto Baquero Daza, después de más de 60 años), el del patrono Santo Tomás, el de su colegio, el de la madre y el del Colegio Roque de Alba, donde fungió como su primer rector; el pentagrama lo conocía de memoria y sus clases eran magistrales en esta materia, estos himnos los dejó como un legado para su pueblo.