He vuelto a leer los relatos que dejó escritos mi amigo Joaquín Zúñiga Ceballos. Tenía él entre sus propósitos publicar un libro sobre el ambiente de la Santa Marta que conoció en su niñez y adolescencia. La muerte sorprendió a ‘Joaco’ en el 2014 y aplazó la aparición de los recuerdos que algún día aparecerán bajo el título ‘Jirones de una historia’. Pues bien; en el relato ‘Iris, el almacén de mi padre’, el autor dice: “Una de las puertas que daban hacia la calle de la Cruz permanecía cerrada; allí montó ‘Chao’ su biblioteca de ‘paquitos’ y taller de reparación de gafas y espejuelos”.
La ‘biblioteca’ de ‘Chao’ tenía entre sus libros más cotizados las obras escritas por Marcial Antonio Lafuente Estefanía, (1903-1984), español autor de más de 2.600 novelas de vaqueros.
Como el negocio de ‘Chao’ hubo varios en la ciudad. Su clientela la conformaban personas de diferentes edades, desde niños que escapaban de la escuela para sentarse a ‘devorar’ las historietas, hasta celadores y obreros habituados a vivir las aventuras con sus héroes de papel. Tenían la posibilidad de llevar a sus casas los tomos para devolverlos el día siguiente. De esa manera, muchos aprendieron a leer. Recuerdo que las novelas de vaqueros tenían, invariablemente, 128 páginas. El desenlace siempre era previsible, pero los lectores avanzaban entusiasmados hasta el final.
Había otra clase de lectores, más sensibles, casi siempre mujeres. Ellas buscaban las secciones ‘del corazón’ en las revistas de mayor circulación. Adoraban a Corín Tellado (1927-2009) y se compenetraban con sus personajes. Pero no crea el lector que esta escritora carecía de méritos literarios. Hablemos de ella, porque su incesante actividad tiene que ver con la vocación lectora de un público que, de no haber encontrado en su camino textos como los escritos por Corín Tellado, hoy no serían capaces de pasar la vista sobre un escrito cualquiera.
Su nombre era María del Socorro Tellado López, prolífica escritora española conocida como Corín Tellado. Se la encasilla en el subgénero llamado ‘novela del corazón’ con el ánimo de restarle importancia e ignorar la inmensa influencia que ha ejercido su pluma sobre muchísimos lectores. Es un caso parecido a lo que ocurre con las obras de Ágatha Christie (1890-1976); y entre las radionovelas y telenovelas, con ‘El derecho de nacer’, del escritor y destacado intelectual cubano Félix B. Caignet (1892-1976).
Con las obras de Corín Tellado aprendieron a leer millones de latinoamericanos; entre ellos —como es apenas lógico suponer— muchísimos que en tono despectivo pretenden erradicar su legado de las producciones escritas. Y son estas huestes de iconoclastas quienes deben recapacitar al saber que famosos novelistas como Guillermo Cabrera Infante (‘Tres tristes tigres’…), Mario Vargas Llosa (‘La ciudad y los perros’…) y Gabriel García Márquez han declarado abiertamente su admiración por la escritora fallecida en el 2009.
Y no es para menos, si tenemos en cuenta que Corín Tellado fue reconocida por la Unesco como la autora más leída en castellano, después de la Biblia y de Cervantes. Además, sus 4000 títulos publicados y más de 400 millones de ejemplares de sus novelas vendidas le han asegurado un sitio especial en la literatura de nuestra lengua.
Poco a poco, esos puestos de lectura e intercambio de ‘paquitos’ y novelas populares como el de ‘Chao’ fueron desapareciendo. Lo cierto es que en épocas pasadas fueron sitios de lecturas silenciosas. El dueño del negocio se dedicaba a lo suyo mientras los lectores, sin levantar la cabeza, avanzaban hacia el final de los entretenidos relatos.
Los relatos que dejó en el tintero Joaquín Zúñiga Ceballos, unidos a los que conocemos del maestro Jesús Vélez Cuello y a las detalladas anécdotas contadas por Armando Lacera Rúa, hacen parte de la microhistoria de Santa Marta. Vale la pena rescatar ese material, pues no basta que lo conservemos en el baúl de los recuerdos bajo el rótulo de episodios triviales en una ciudad que ya es pentacentenaria.