Me he preguntado si el Gobierno de Gustavo Petro representa, auténticamente, ideas de izquierda o si, por el contrario, el progresismo que pregona se aleja de lo tradicional.
La izquierda clásica se ha caracterizado por una fuerte crítica al capitalismo, la defensa de la propiedad colectiva sobre los medios de producción y propuestas de transformación estructural del sistema económico y político. Petro, en contraste, no ha planteado un modelo socialista en sentido estricto. A su Gobierno, el Congreso no le ha permitido promover expropiaciones masivas ni hacer reformas estructurales ni le permitirá abandonar el sistema capitalista.
No obstante, su retórica ha evocado una narrativa propia de la izquierda histórica, con críticas recurrentes a las élites económicas, al modelo neoliberal y a las desigualdades estructurales del país. En este sentido, adopta un discurso de izquierda en el diagnóstico del problema, pero sus soluciones han sido más híbridas, combinando elementos estatistas con iniciativas de mercado.
El progresismo, como corriente política, no es sinónimo de izquierda en el sentido clásico. Mientras que la tradicional se centra en la lucha de clases y el cambio estructural del modelo económico, las tendencias renovadoras enfatizan la ampliación de derechos sociales, la inclusión de minorías y la transformación del Estado bajo una lógica de bienestar, sin necesariamente romper con el capitalismo.
El presidente se ha alineado con la postura socialista en temas como la transición energética, los derechos de las minorías y la reforma agraria. Sin embargo, ha sido errático con propuestas que oscilan entre medidas redistributivas moderadas y discursos que generan incertidumbre. Su intento de reformar el sistema de salud, el de energía y el de pensiones, por ejemplo, sigue un modelo más cercano a la intervención estatal que al modelo mixto de otros gobiernos progresistas latinoamericanos.
Un aspecto que lo distancia del reformismo pragmático de países como Chile o Brasil es su estilo confrontacional. Mientras que estos han optado por construir consensos institucionales, Petro ha mantenido una postura de choque con el Congreso, los medios, los sectores empresariales e incluso con países hermanos.
Veo que su Gobierno no representa un modelo claro y coherente, sino que es una mezcla de retórica radical con una gestión errática sin una estrategia definida ni una base política sólida para implementar cambios estructurales. Se le señala como un líder que critica el neoliberalismo, pero que no ofrece alternativas viables ni construye consensos para llevar a cabo reformas efectivas.
En síntesis, la orientación política que promueve incorpora elementos de izquierda, pero no se traduce en un modelo socialista ni en una ruptura profunda con el sistema. En la práctica, su Gobierno oscila entre la socialdemocracia y un estatismo funcional, con una retórica radical, pero rodeándose de líderes y ministros con posturas de derecha que han participado en el poder de manera recurrente.
Por tanto, es de izquierda en cuanto a su diagnóstico de los problemas del país, pero no necesariamente en las soluciones que propone o en la forma en que gobierna. Su planteamiento político es una versión personalizada, con un alto componente discursivo y un enfoque de transformación que, hasta ahora, ha encontrado múltiples obstáculos en su implementación.
Ser de izquierda no es simplemente adoptar un modelo económico, sino asumir una visión del mundo que influye en la política, la economía y la sociedad. No es una clasificación fija, sino, un campo dinámico en el que convergen diversas corrientes. Petro no es un líder progresista en el sentido clásico, ni un reformista exitoso, ni un revolucionario pragmático. Es un político que encarna la protesta más que la construcción de alternativas reales. Su falta de coherencia política, su estilo confrontacional y su ausencia de una estrategia de largo plazo han hecho que su Gobierno no logre consolidarse como un verdadero modelo en América Latina.
Lo que ha demostrado es que sin estrategia, sin planificación y sin alianzas efectivas termina siendo un ejercicio de oratoria twittera más que un proyecto de transformación real.