“Mis abuelos quedaron allá y mis amigos que ya se me han muerto, recuerdos de mi pueblo me causan sentimiento y el alma por dentro se me pone a llorar”.
Cada 30 de septiembre despierta en mi corazón el duelo dormido por la partida para siempre de nuestro abuelo de parte húmeda Eduardo Antonio Medina Rodríguez ‘Babo’, un campesino de los talones a la mollera, consentidor, honrado, analfabeta y sabio que a todo le encontraba solución con un pragmatismo filosófico digno de pretéritos pensadores, con motivo de un aniversario más de aquella partida que sigue doliendo vino a mi mente la canción ‘Recuerdos de mi pueblo’ de Camilo Namen que el 31 de marzo de 1975 dio a conocer a la humanidad a ‘Poncho’ Zuleta con el Acordeón de Colacho Mendoza en el LP ‘Una voz y un acordeón’ a la cual corresponde el aparte que hemos transcrito.
Fue el día de San Gregorio el Iluminador el 30 de septiembre de 1977 el día escogido para que a las 12 meridiano mi buen abuelo comenzara de la mano del hijo de Dios el camino misterioso e inescrutable de la muerte seguramente con la esperanza de compartir con Él también el camino glorioso del regreso y la resurrección entre nosotros, fue un día que enlutó a nuestro pueblo pequeño, polvoriento y acogedor a donde quien no llevaba el apellido Medina adelante, lo llevaba detrás, al costado, o en la espalda, aquella vez el pueblo se silenció, el picó de Joaquín Muñiz dejó de sonar durante larguísimos nueve días con sus noches por ‘consideración’ con la familia y los muchachos no podíamos cantar, desde luego todos sus nietos y nietas teníamos el alma triste.
He recordado en esta fecha el discurso de José Saramago ante la Academia Sueca al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1998 cuando dijo que “El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo llevando a pastar la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esa escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del destete eran vendidos a los vecinos de la aldea”, mientras me deleitaba con la lectura de aquella pieza oratoria tan sublime me parecía que se estaba refiriendo a mis abuelos por parte húmeda, pues no alcancé a conocer a sus similares por parte de mi padre, se fueron antes de que yo naciera.
Evidentemente también ‘Babo’ vivía de los animalitos que criaba y vendía cuando ya habían crecido para pagar los préstamos que le hacia La Caja Agraria Industrial y Minera cada año para siembra y limpieza de los potreros, igual que el abuelo de Saramago madrugaba para irse a sus roserios a administrar su negocio agrícola y ganadero, ataviado con sus ‘coletos’ y su mochila terciada en la cual llevaba tabacos, panela, el revólver y una botella de ‘Jopoe tigre’ el churro de antes, se iba montado en su burro que con su rebuzno a la entrada del pueblo anunciaba su regreso al medio día a casa, enseguida mamá Juana Peralta, mi abuela, decía:
“Ahí viene Eduardo” y salía a toda prisa para la cocina para servirle el almuerzo en su plato grande de peltre con flores monumentales y el pocillo de leche cojosa, ella colocaba el plato sobre el mantel de cuadros blancos y verde manzana y doblaba cuidadosamente la punta del mismo sobre el plato tapado con otro plato de peltre llano, después del almuerzo ya bañado y cambiado antes de partir de nuevo para los montes iba a mi casa a ver a mi mamá ella le brindaba una Cerveza Águila ‘Sin igual y siempre igual’ que venía en una botella larga y pescuezona, allí dejaba siempre un poquito que nosotros nos tomábamos a escondidas, estábamos atentos para ‘llevar la botella a la canasta’ pero no se trataba de un acto de cortesía con el abuelo, el propósito era otro.
Los muchachos de este tiempo no han dimensionado la importancia de escuchar a los abuelos antes que se mueran, quien quiera saberlo que me pregunte a mí, mis habilidades en muchas cosas de la vida se los debo a mi ‘mala costumbre’ de estar siempre pendiente de lo que mis padres y mis abuelos hablaban, mi abuelo refería las historias y yo las iba grabando en mi mente, me enteraba de todo, así se me grabaron sus asertos campechanos, sus frases filosóficas, sus textos y para textos productos de su inteligencia brillante y natural, como cuando decía que ningún embarcao quiere ver al otro en tierra, que la guerra le gusta a quien no tiene nada que perder, que hay que meterse en los problemas porque lo bueno es para el dueño y lo malo se reparte, que no creía que el destino existiera que por si acaso existiera había que ayudarlo, que si el hombre trabaja y bebe había que dejar que se lo pegara pero si bebía y no trabajaba había que prestarle atención porque estaba robando, era pragmático directo y respetado, su corazón era inmenso, de ello dan cuenta la crianza de muchos huérfanos, él asumía su crianza cuando quedaban desamparados, pero como las consideraciones se han perdido y la ingratitud sale de cualquier matojo de eso muchos no se acuerdan ya.
Supe que había existido Francisco El Hombre porque él nos contaba sobre su vida sus cumbiambas, sus parrandas y su muerte de la cual fue testigo presencial, día que en aquel tiempo cuando había una persona en estado grave, ‘de muerte’ prácticamente se anticipaba el velorio, todos sus amigos y familiares iban a esa casa a acompañar, tomando ron, contando historias, refiriendo noticias, y recordando peripecias, así fue cuando el turno le tocó al afamado juglar en Machoballo, dice que en su agonía pedía que lo acostaran en el suelo pero los familiares no querían pero alguien dijo “Pónganlo en el suelo porque él tenía lo oración de la Magia Negra y si no lo acuestan en el suelo no va a descansar” así lo hicieron y de inmediato debajo de su cuerpo salió una enorme serpiente que se metió a las palmas del rancho y nunca la pudieron encontrar.
Cuánta falta hace Eduardo Medina en estos tiempos, cuando añoramos su compañía, cuánto nos han servido a todos sus consejos, sus orientaciones y su ejemplo, era un abuelo sabio, pechichador, complaciente y vertical.