La escena era impactante; una ambulancia saliendo, una bicicleta averiada al lado de una mancha de sangre, seis agentes de la Policía con el conductor homicida esposado, una camioneta en el lado opuesto con las llantas delanteras en la zona peatonal y muchos deportistas agobiados por lo sucedido. Todos hablaban de la muchacha en estado crítico. Al indagarle por la severidad de las lesiones a una agente de la Policía, respondió preocupada por el sangrado por nariz, boca y ojo izquierdo. Continué mi caminata sin saber quién era la lesionada.
Al poco tiempo ya era noticia la muerte de Zarina Romero de Ávila. Abrí un debate con los amigos de Facebook: ¿Cuál es la diferencia desde la responsabilidad jurídica entre conducir en estado de embriaguez y disparar con un fusil de asalto a una multitud, si en ambos casos resultaran personas asesinadas? Rememoré lo ocurrido el 1º de enero de 1979 en la misma calle ancha, pero aquella vez no en el cruce con la circunvalar, sino a la altura de la hoy sede del Partido Liberal; el conductor de una camioneta mató a una madre gestante que además, llevaba en sus brazos una niña en su primera infancia. El accidente resultó tan macabro que la cabecita de la menor rodó hasta el actualmente almacén La Cachaca. Tres vidas se apagaron. Al año siguiente en la misma cuadra y acera la voltereta de un automóvil dejó dos jóvenes muertos.
En el primer trimestre de ese fatídico 1979, un automóvil conducido por un borracho destrozó a una jovencita de una conocida familia en la misma calle mencionada con carrera tercera. Pero Riohacha, no era así. Antes de la Bonanza Marimbera los pocos conductores eran tan respetuosos que evadían circular por donde hubiese vecinos enfermos. Después con el advenimiento de los nuevos personajes en el escenario social todo cambió. Las calles se llenaron de carros con conductores en una eterna parranda. Las camionetas ‘rangers’ se convirtieron en símbolo de estatus y trono de los reyes del dinero, en el espacio hedónico, pues el marimbero hacía allí lo que los demás mortales hacen en diferentes escenarios; negocios, parrandas y visitas.
Era frecuente ver y aun se ven, vehículos en sentido contrario bloqueando la calle y sus conductores conversando sin importarles el tráfico. El marimbero no se bajaba del vehículo, era tanto su amor por el carro que casi constituía una unidad. Manifestaba sus emociones con la camioneta; chillido de llantas para expresar fuerza o disgusto, pito para comunicarse, en una vía paso de otro vehículo para retar o insultar al conductor. En esa época, las mujeres deslumbradas que se acercaban al carro y aceptaban subirse era la aceptación tácita del noviazgo del momento y/o el posterior concubinato.
Se conocen casos de señores con siete concubinas mudadas. Un vehículo parqueado en una casa o merodeando una cuadra, significaba una conquista más y de paso el mejoramiento de la situación económica de la familia de la dama. Para demostrar la asistencia a la última presentación de los grupos musicales más famosos, comenzaron a escucharse casetes en vivo o los aires vallenatos en parranda lo cual evidenciaba haber estado presentes durante la actuación del artista, siendo esto símbolo de poder que se exhibía con orgullo.
Aún persisten los carros emparrandados con música altisonante. Las parrandas en carro se desprenden de la costumbre de consumir licor frecuentemente sin bajarse de la camioneta. Era un despliegue del lujo del carro sumado al sonido de los “pasacintas”. Se transportaba la parranda a cualquier parte de la ciudad o fuera de ella. La continua mezcla de alcohol y conducción ha dejado muchos muertos en La Guajira y todavía pesa como un lastre o herencia de aquellos tiempos, son miles de cadáveres en las ciudades y carreteras.