¡Es un negro, un negro! ¡No un enemigo! La presa/Kenzaburo Oe
De la atmósfera de posguerra luego de que Estados Unidos aplastara con la bomba atómica y su bota capital a Hiroshima y Nagasaki, el escritor japonés Kenzaburo Oe fabuló en una novela corta la tralla de la guerra, obra que tituló con el sugestivo nombre de ‘La presa’, narración incluida en el plan lector del mes de abril del club de lectura Clan Iisho.
Kenzaburo Oe falleció el año pasado, había recibido el premio Nobel en 1994. De origen rural y campesino, en su aldea de Shikoku, región de bosques y montañas pasó la guerra mundial, para más adelante trasladarse a Tokio donde cursó estudios universitarios. Considerado por García Márquez como uno de los maestros de la prosa contemporánea, mezclaba en sus escritos un existencialismo profundo, al tiempo que elevaba su voz crítica a través de metáforas y símbolos sobre el impacto de la invasión americana, la derrota del imperio y la sacudida psicológica y social de las bombas y la posguerra.
‘La presa’ describe una aldea aislada en un archipiélago, lo que constituye una redundancia espacial que convierte ese escenario natural en protagonista del relato. El ambiente bucólico de hombres dedicados a faenas del campo y a la caza de comadrejas y otras especies, para comerciar sus pieles y carne se ve sacudido por una explosión causada por la caída de un avión. La tensión aumenta porque aún persiste en las mentes de los poblanos las nociones de enemigo y derrota; imbuidos por sus ansias, exploran la nave accidentada y descubren al único sobreviviente de la tripulación: un negro enorme al que de inmediato presumen como enemigo, lo capturan y encadenan mientras consultan en la capital de Provincia que determinan resolver sobre su suerte.
El ‘chupatintas’ por antonomasia es el funcionario que obra como primer filtro del trámite iniciado por los campesinos. El diccionario de La Real Academia de la Lengua define ‘Chupatintas’ como un oficinista de poca categoría, que sin embargo se convierte en el rostro del poder burocrático y primera escala para gestionar la solución. Mientras esto acontece, ‘La presa’ se convierte en el espectáculo doméstico, su figura, el color de su piel, la dimensión de sus extremidades, hasta la forma en que defeca, concentra la atención de los niños y adultos. Su alimentación y cuidado, como si se tratara de domesticar una bestia, es asumida por los menores. Con los días la admiración por lo diferente llena el vacío de la localidad y la demora administrativa, se transfigura en afecto por ‘La presa’.
Entre tanto, ‘La presa’ gana la confianza de sus cuidadores sin cruzar palabras por la barrera idiomática, eliminado todo recelo, persiste una desconfianza no nombrada por la determinación administrativa y del Gobierno local. En el desenlace, La presa intuye que lo más fácil para resolver el lío administrativo es eliminar el problema y por instinto de conservación, pasa a la defensiva tomando de rehén al niño que lo cuidaba. Esto desencadena un combate que finaliza con la muerte de ‘La presa’ y la fractura del brazo del niño.
El cadáver expuesto de ‘La presa’ es revictimizado por la desidia administrativa, que aún no encuentra el camino para resolver el nuevo problema y prohíbe que se incinere hasta tanto no se reciban órdenes superiores. El olor a muerte cobra un nuevo matiz. Recuerda a los aldeanos, que en las tripas en descomposición está su confianza y su perdición. Las órdenes transitorias les imponen a los cazadores el mandato de proteger el cadáver de los perros salvajes y depredadores, como elevando un culto a la inmundicia y a la corrupción.
Es una historia enorme, distinta, bien contada y bien resuelta. Se destacan las descripciones, la caracterización de los personajes que sobrenombra, la elección del narrador que da un punto de vista íntimo e intradiegético, la conjugación de tiempo y espacio es magnífica, la prosa aprisiona e implica. Se siente el olor del negro, la pestilencia del muerto y el aislamiento.
‘Chupatintas’ es cojo, tiene una pierna artificial, cuyo mecanismo es reparado por ‘La presa’ en cautiverio en una de las visitas de rigor a la aldea. Al final, ‘Chupatintas’ muere en un accidente al dejarse seducir por un juego de niños. Leer entre líneas y revestido del ropaje del lector activo, obliga un inventario mental y silencioso de cuantos chupatintas siguen cojeando en la falta de agua potable y alcantarillado, en el matadero, el terminal, el teatro aurora, el pavimento y los andenes, mientras ‘La presa’ que somos todos, se descompone con los gallinazos prosélitos al acecho, como si nada.