Imaginemos un escenario donde, en lugar de seres humanos, los algoritmos de inteligencia artificial (IA) se convierten en nuestros líderes políticos. ¿Podría un programa como ChatGPT, con su capacidad de procesar información y generar respuestas complejas, asumir el papel de alcalde? En tiempos de automatización y revolución tecnológica, esta idea, que parece sacada de una novela de ciencia ficción, nos lleva a cuestionar la manera en que concebimos el liderazgo, la gestión pública y las necesidades humanas en nuestras ciudades.
Uno de los mayores atractivos de una IA en la Administración pública es la promesa de imparcialidad. Según estudios del World Economic Forum, el 45% de las tareas administrativas en gobiernos podrían ser automatizadas para el año 2035, lo que reduciría los sesgos y las ineficiencias asociadas con la toma de decisiones humanas. Los algoritmos no tienen intereses personales, ambiciones políticas ni conexiones con redes clientelistas. Un ‘Chat GPT Alcalde’ no tendría amigos a quienes beneficiar ni favores políticos que devolver. Su única misión sería gestionar de forma eficiente y justa, basándose en datos, lógica y modelos predefinidos.
Estudios recientes muestran que los gobiernos podrían ahorrar hasta $3.3 billones anuales en gastos operativos a través de la implementación de IA y automatización. Aplicado a la Administración pública, esto permitiría la optimización de recursos, la automatización de trámites y la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos a través de servicios más rápidos y accesibles. Un caso ilustrativo es Estonia, uno de los países líderes en la transformación digital del Gobierno. Allí, más del 99% de los servicios gubernamentales están disponibles en línea, y el uso de la IA en la gestión de datos ha sido fundamental para mejorar la eficiencia y reducir la burocracia. El uso de un ‘alcalde virtual’ en un contexto así podría garantizar decisiones basadas en datos, eliminando el ruido de las influencias externas.
Pero, claro, la eficiencia técnica no lo es todo. El Gobierno de una ciudad no solo trata de gestionar números y datos; también implica lidiar con las complejidades humanas, donde las emociones, los contextos sociales y las relaciones de poder juegan un papel crucial. Un estudio realizado por la Universidad de Stanford reveló que las decisiones algorítmicas, aunque efectivas en muchas áreas, tienden a fallar en situaciones que requieren un análisis contextual o empatía, dado que carecen de la capacidad para comprender plenamente las dinámicas sociales o emocionales. En este sentido, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde) ha advertido que, aunque la IA puede mejorar la administración pública, su uso excesivo sin intervención humana podría despersonalizar el servicio público y crear una sensación de distancia entre los ciudadanos y el Gobierno. La toma de decisiones en situaciones complejas de desigualdad social, pobreza o migración, por ejemplo, requiere una comprensión profunda de las realidades históricas y culturales que una IA, por más avanzada que sea, no puede replicar.
En regiones como La Guajira, donde el tejido social es frágil y las dinámicas étnicas juegan un papel crucial en la vida pública, la empatía y el conocimiento contextual son fundamentales para abordar los problemas. Una IA podría diseñar programas de infraestructura óptimos, pero ¿sería capaz de comprender las necesidades culturales de los pueblos indígenas o afrodescendientes? La gestión pública no solo es un ejercicio de eficiencia, sino también de conexión humana.
Es evidente que la IA puede y debe tener un papel en la gestión pública, pero probablemente no como alcaldes. La tecnología podría complementar las capacidades humanas, optimizando procesos, detectando tendencias en tiempo real y proporcionando información valiosa para la toma de decisiones. Sin embargo, el liderazgo real requiere más que eficiencia técnica. Un alcalde humano, aunque imperfecto, puede comprender la complejidad emocional de una comunidad, inspirar esperanza y adaptar su liderazgo a los desafíos que no siempre pueden preverse con datos. En este sentido, un artículo de la Harvard Business Review subraya que las decisiones más acertadas en contextos de crisis o incertidumbre surgen de la combinación entre el juicio humano y el análisis de datos, no de la automatización total.
Soñar con un ‘Chat GPT alcalde’ puede ser útil como ejercicio de reflexión sobre los límites y posibilidades de la tecnología en la gestión pública. Mientras avanzamos hacia un futuro donde la IA tendrá un papel cada vez más importante, no debemos olvidar que la tecnología es una herramienta, no un sustituto de los valores y las conexiones humanas que definen el verdadero liderazgo. Estudios demuestran que la adopción de IA en la gestión pública puede generar ahorros y aumentar la eficiencia, pero también existen desafíos éticos y sociales que requieren la intervención humana. Un equilibrio entre IA y liderazgo humano puede ser la clave para construir ciudades más justas, eficientes y humanas, donde la tecnología ayude, pero no reemplace la empatía y el juicio moral.