Las palabras taínas que se salvaron como polizones. Como polizones en el vientre de un Caballo de Troya, unas pocas palabras taínas pudieron salvarse de la ceniza imperial. Como nostálgicas metástasis, cabalgaron en las vísceras del tiempo, rozando el filo de la espada y la herejía de la cruz. Así traspasaron el olvido, iluminando con su resplandor la memoria de las tierras que las parieron dándole a la lengua de Cervantes tanto vigor, tanta hermosura y tanto linaje.
Genocidio, lingüicidio, musicidio, melocidio y culturicidio taíno. Cuando la ambición y las enfermedades europeas tocaron la geografía, la historia, la ecología, la antropología, las etnias, la lingüística, la sociología, la economía, la religión y la inmunología de este Nuevo Mundo inició la Era Moderna. Con ella, los imperios europeos empezaron a reconfigurar sus fronteras y sus guerras, dejando estas tierras yertas, yermos deshojados de la clorofila de su lengua y su fe, y de la inflorescencia de su música, su canto, sus instrumentos y su danza.
«El areíto se extinguió, cuando los indios antillanos perdieron su personalidad cultural. ¡Tanatomía colectiva! Se suicidaban los indios y las madres no parían. Huelga de brazos caídos, de sexos caídos, de vidas caídas. Los indios murieron con su último areíto y se llevaron consigo su secreto. El areíto ya muerto, siguió interesando como un elemento romántico en perspectiva histórica de los indios, pero ni los músicos, ni los literatos saben del arte vital de los indios, nada más que lo poco que hemos recogido en estas páginas», dijo Fernando Ortiz.
Las terribles pestes europeas, viruela, sarampión, gripe, peste bubónica y tifus, cruzaron el Atlántico junto a la dopamina, el altar, el trono, la cruz y la espada, esterilizando para siempre la memoria india en las tierras taínas:
Cuba, tierra grande.
Haití, tierra alta.
Jamaica, tierra de bosques y agua.
Borinquen, gran tierra del valiente y noble señor.
Quisqueya, la madre de todas las tierras.
Su lengua y su raza, despojadas de la fotosíntesis cultural, de la savia elaborada que las nutría, hoy cenizas imperiales, son restos arqueológicos, naufragios antropológicos, murmullos lingüísticos y vestigios sociológicos.
Dice Fernando Ortiz, gran historiador étnico cubano, refiriéndose a sus bailes o areitos, «Los clérigos españoles, no pudiendo adaptarlos en las Antillas, los combatieron tenazmente por su íntima relación con la paganía, con los ritos de la fertilidad y orgiásticos y con las borracheras; pero los areítos murieron por razón de economía más que por razón de pecado. Eran incompatibles con la estructura económico-social que los castellanos trataron de imponerle».
El encuentro de dos mundos
Lo primero que hicieron los híspidos intrusos, nada más desembarcar de la Niña, la Pinta y la Santa María fue arrellanarse en las hamacas del caney, la espaciosa y solemne casa de habitación y de Gobierno del Cacique, el hombre más poderoso de la comunidad, así como en los bohíos, las chozas de los boricuas, los indios rasos.
Apenas descansados, prendieron tabacos y se entregaron con fruición a las delicias de la exquisita culinaria taína. Los advenedizos ibéricos se deleitaban comiendo manatí, tiburón, hicotea, tortuga carey, jaiba, caimán e iguana (plato típico de Fonseca heredado de los indígenas). Estas esplendorosas carnes, expuestas al fuego de la barbacoa eran servidas en bateas de güiro, acompañadas de espléndidos vegetales cosechados en sabanas y conucos (fincas, rozas), como casabe de yuca, maíz batata, mamey, guanábana, papaya, guayaba, maní y ají.
Ágiles y prácticos pescadores, los taínos surcaban sus aguas embarcados en unos estuches de madera que construían de enormes troncos vírgenes de guayacán, ceiba y calambuco, así navegaban en sus piraguas, canoas y cayucos, capoteando vendavales de huracanes, nubes de jejenes y hordas de niguas.
Fiestas y rituales taínos
Alegres y amantes de la música, el baile y la fiesta, los taínos, vivían como los cocuyos y los colibríes, de noche en noche y de flor en flor, cortejando naguas. En la plaza del pueblo, batey, celebraban ceremonias suntuosas donde una música suave y dulce, se entrelazaba con cantos y danzas comunitarias. Estas festividades, llamadas areítos, servían para conmemorar acontecimientos importantes, transmitir conocimientos y rendir culto a sus dioses.
Con baquetas tocaban la madera de un tambor xilófono, un tronco hueco sin cuero llamado mayohuacán, como los tepoznatle de los indios mexicanos También soplaban flautas hechas con huesos de aves y unos pitos elaborados de caracoles y conchas marinas que llamaban fotutos. Además, agitaban maracas fabricadas con el fruto seco del árbol del güiro. Estos totumos también servían como recipientes para guardar el fermento de maíz con el que se embriagaban en los areítos.
No existe documentación seria, ni en las crónicas de los conquistadores ni en las investigaciones etnomusicales modernas, que indique que los taínos utilizaban el calabazo del güiro como instrumento musical. Al respecto, Elena Pérez Sanjurjo señala en ‘Historia de la Música Cubana’ que “se llegó a formar coros en las Iglesias donde tomaban parte personas de la raza negra, y entre los instrumentos que usaban para los conjuntos que acompañaban esos coros emplearon el güiro, que es enteramente africano».
Esta afirmación refuerza nuestra idea de que la guacharaca vallenata y el güiro antillano no son instrumentos autóctonos ni originarios de América, sino que fueron fabricados en el Caribe a imagen y semejanza del dikanza angoleño.
Reconfiguración étnica
La vida y la cultura antillana fueron profundamente reestructuradas y transformadas de manera total y definitiva. El Imperio —colonialista y católico— reemplazó rápidamente a los extintos taínos por esclavos negros africanos, haciendo desaparecer sus dioses y silenciando para siempre sus bateyes, mayohuacanes y fotutos.
En las Antillas, la supremacía de la música y los instrumentos africanos y europeos llevó a la extinción de la música nativa indígena, así como de su canto y danza. Dice Fernando Ortiz que «la música negra, más elaborada que la indígena, ahogó la resonancia de esta con la superioridad de los instrumentos… los tambores membranófonos, los percusivos metálicos, las melódicas marimbas y marímbulas, las arpas y liras y los arcos monocordes. La música de los blancos y de los negros, probablemente ésta más que aquella por estar más en contacto, hicieron callar la más atrasada de los indios. Así como unos y otros europeos africanos, en grado distinto pero ambos superiores, acabaron con los indios antillanos por el terrible impacto de sus más avanzadas economías, armas, artes y en general, por el desbordado torrente de sus exóticas culturas, así les silenciaron sus músicas».
Conclusión
La música, el canto, la danza y los instrumentos indígenas en el Caribe colombiano merecen estudiarse dentro de este contexto histórico, pues también fueron apagados y ahogados por África y España, sobreviviendo únicamente las maracas y las gaitas ocultas en sus propios Caballos de Troya. Desde esta misma perspectiva, es imprescindible analizar los bailes cantao, el porro, la cumbia y el vallenato.