Como si se tratara de un capítulo de una serie de drama político de las que inundaron las plataformas de streaming (reproducción de audio, video y otros contenidos multimedia en un dispositivo en tiempo real) los colombianos presenciamos en vivo, una transmisión, de un Consejo de Ministros, plagado de rifirrafes entre los funcionarios, que pusieron en evidencia las profundas divisiones al interior del Gobierno.
Constitucionalmente los ministros son órganos de comunicación entre el Gobierno y el Congreso, presentan proyectos de Ley, asisten a las deliberaciones legislativas, y son políticamente responsables de su gestión ante este cuerpo por antonomasia representativo del pueblo. Los ministerios, en tanto son organizaciones administrativas en cuya cabeza se encuentra un ministro, hacen parte de lo que se conoce como administración central, es decir, el cuerpo de dependencias que tienen jurisdicción sobre todo el territorio nacional y buscan ordenar un cierto sector de la actividad de los asociados que merece una especial atención del Estado, como la salud, el desarrollo, las relaciones internacionales entre otras responsabilidades; con este circo que vimos, ¿cuenta Colombia con un órgano ministerial ajustado a la Constitución?
Lo que Colombia vio fue una antítesis: reclamos y agravios personales, acusaciones de corrupción, desacuerdos políticos y la insatisfacción frente a dos altos funcionarios, la nueva ministra de Exteriores, Laura Sarabia, y el recién nombrado jefe de gabinete, Armando Benedetti, marcaron la primera reunión del equipo de Gobierno transmitida en vivo y en directo y lo que vimos fue un escenario, que tan corto fue el amor y tan largo el olvido.
La tensión entre el conocimiento acuñado en la acción burocrática, cuya máxima expresión es la de ‘esto siempre se ha hecho así’, es la tesis del nuevo jefe de gabinete y la orientación política que se pretende impartir desde el alto Gobierno es uno de los rasgos de los progresistas, que defienden su propuesta de cambio.
La solicitud de renuncia de todo el gabinete, dimisiones del jefe de Presidencia y del ministro de Cultura y advertencias del mandatario Gustavo Petro, fueron los primeros efectos el 5 de febrero tras el inédito y controversial Consejo de Ministros, ocurrido un día antes; la transmisión en vivo del encuentro dejó en evidencia las tensiones y fracturas al interior del Gobierno.
Más de quinientos años han pasado entre el sueño de Maquiavelo de construir grandes estados patrimoniales en cuya cabeza estuviera un príncipe (más no el emperador), a los actuales y burocráticos estados de derecho, que en reciente consolidación han absorbido lentamente los estados nacionales, al tiempo que resurge el sentimiento nacional.
En este devenir, los ministros, hombres inteligentes, pero sobre todo fieles al príncipe, se han transformado primeramente en hombres leales a un partido y por ende al gobernante, para llegar a los actuales profesionales que predican más la fidelidad a su oficio que al Estado, encargados de dirigir una inmensa estructura burocrática, supuestamente cada vez menos permeable a lo político y más fiel a aquellos conceptos teóricos acuñados por los profesionales que hacen parte del progresismo. El 9 de abril de 1948, cambió la historia de Colombia con el asesinato del político Jorge Eliécer Gaitán, el cual desencadenó una serie de disturbios conocidos popularmente como el Bogotazo, este 4 de febrero del 2025, pasará a la historia, como el Petrazo.
La teoría política señala que hay tres cualidades que deben poseer los que han de desempeñar las supremas magistraturas: la primera es la lealtad a la Constitución establecida; la segunda, capacidad para las responsabilidades del cargo, la tercera, poseer virtud y justicia. La Lealtad se refiere a estar comprometido con el Estado al que se pertenece, con la comunidad política. La Capacidad habla de poseer los elementos idóneos para el cargo y gobernar dando resolución a las demandas ciudadanas. ¿Quién gobierna a quién?