Si en alguna oportunidad se plantea por alguna autoridad nacional o departamental un reconocimiento a un pueblo destacando su resiliencia y su tremenda capacidad para sobreponerse y salir airoso de en medio de una adversidad, no lo dudo en ningún momento: ese pueblo debe ser Maicao.
Hay muestras de pueblos que han sido afectados por los mismos males que han afectado a Maicao y han desaparecido convirtiéndose en pueblos fantasmas. Pero, Maicao no. Esta comunidad se ha negado a desaparecer y flota en medio de las dos fronteras de Colombia y Venezuela. Sobreviviendo a peso de constancia y siempre, siempre confiados en que el mañana será mejor.
A mediados del siglo pasado Maicao respiraba prosperidad por todos los poros. Era la esquina preferida de hombres y mujeres que con las vidas rotas deseaban reconstruir sus vidas y en este pedazo árido de tierra guajira encontraron una segunda oportunidad sobre la tierra. Se mezclaron lenguas y costumbres. Se mezclaron culturas y formas diversas de ver la vida. Se mezclaron religiones. Indígenas wayuú y afrodescendientes dejaron caer las barreras culturales y se entrelazaron, formando familias que día a día luchaban y siguen luchando por sobrevivir y no dejarse ganar la partida de la vida por el desaliento.
No sabemos en qué fuentes filosóficas han bebido los maicaeros. Pero, ahí están. Trabajando antes que salga el sol y comprometidos con su futuro. Quizá hayan oído hablar del gigante afro Nelson Mandela, quien acostumbraba decir: “Yo no pierdo nunca: gano o aprendo”. Y así ha vivido la comunidad de Maicao, siempre aprendiendo.
¡Gloria a Maicao! Porque nunca han retrocedido. Quizá le haya faltado fortaleza a su clase dirigente. Pero, Gaitán lo dejó escrito en frase lapidaria: “El pueblo es superior a sus dirigentes”.
Cuando el expresidente Andrés Pastrana puso sus ojos en Puerto Nuevo y otros puertos por donde entraba la mercancía para Maicao, faltó que se levantara una voz firme para defender el comercio y la vida de los maicaeros. Estrangularon el comercio que se alimentaba de la mercancía que venía de Asia y Europa. Y Maicao ahí. El Tratado de Libre Comercio le dio en la yugular.
Maicao aprendió a vivir en el hoy. Magistralmente viven en el aquí y en el ahora. Todos los días es un nuevo día. El pasado ya pasó y no existe y por eso los maicaeros no le pierden tiempo a lamentarse por lo que fue y ya no es. El futuro tampoco existe. Ya llegará. Solamente vivir el presente con seguridad y optimismo. Construyendo la pared de la vida ladrillo a ladrillo, convencidos de que quien vive mirando hacia atrás no sirve para vivir en un pueblo como Maicao.