Ayer como hoy, el mundo celebra las fiestas de las luces. En el año 25 de nuestra era, los judíos festejaban ‘Hanukah’ o ‘janucá’, fiestas de las luces, en recuerdo de la purificación del Templo por Judas, el Macabeo, en el mes de diciembre del año 164 antes de nuestra era. En el citado siglo II antes de Cristo, la nación judía tuvo que padecer al nefasto Rey Antíoco IV Epifanes. Este monarca, defensor de la cultura griega, persiguió a la religión judía, hasta el extremo de prohibir el sábado, los sacrificios rituales y el culto a Yavé, incluida la circuncisión.
El templo, ante la consternación general, fue sustituido por un gimnasio. Antíoco IV fue un Rey odiado por los judíos, aunque sus intenciones, desde un punto de vista estrictamente histórico, no fueron tan perversas como parece. Estallaron las revueltas, por sus decisiones. La familia de los matatías organizó guerrillas y se enfrentó al Rey Antíoco. Fue la guerra de los Macabeos. Uno de los hijos de Matatías, Judas, el ‘Martillo’, consiguió entrar en el Templo y purificarlo. En ese lugar, y en esos momentos, se produjo un milagro.
Cuando Judas penetró en el Templo, encontró aceite sagrado por un solo día. Este se utilizaba para prender la Menorá o candelabro de siete brazos. Pues bien, el aceite contenido en el pequeño recipiente sirvió para alumbrar durante ocho jornadas. Así nació el Janucá, el milagro de las luces.
En Jerusalén, Janucá alcanzaba su máxima expresión. Allí, después de todo, según la leyenda, se produjo el gran milagro. El Templo era iluminado como en ninguna otra ocasión, se prendía una Menorá de 9 brazos a la que llamaban Junaká. A la puesta del sol del 24 de diciembre, los sacerdotes tomaban la candela central de dicha Menorá que recibía el nombre de Shammash, y encendían el resto de la luminaria, empezando siempre por la derecha, después, la ciudad era igualmente iluminada.
Y aquella fiebre por la luz se extendía por toda Judea. La Sinagoga contrataba músicos, que no cesaban de circular por la población, golpeando toda clase de címbalos.
Cuando el Emperador Constantino se convirtió y fundó el Cristianismo tomaron el 24 de diciembre como la fecha del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, cuando en pleno invierno se encontraba Jerusalén y Belén lo que difiere con la posible fecha del nacimiento, que se cree ocurrió en agosto, tal como lo relacionan eruditos historiadores y lo demás lo siguieron casi igual con las fiestas de las luces de la cultura judía, que se llamó posteriormente Navidad.
En todo caso la historia no la han cambiado. ¿A quiénes les creemos?