Al expresar opiniones sobre Clemencia Tariffa y su obra poética, necesariamente debo hacerlo en primera persona, pues compartí con ella muchas sesiones en el Taller Literario José Martí. De ese grupo, conformado por diez o doce integrantes, solo cuatro continuamos en la apasionante labor de escribir y publicar nuestras creaciones.
Clemencia Tariffa sentía gran fascinación por la poesía erótica. Sus versos eran potros sin bridas. Una vez me habló de una conversación que sostuvo con un político que había ofrecido ayudarla para que publicara un libro. El influyente personaje le preguntó, para iniciar el diálogo, si ella se desnudaba para escribir esos poemas.
Leyendo la producción literaria de Clemencia Tariffa, es imposible olvidar un texto de Gustavo Adolfo Bécquer, figura destacada del romanticismo español, conocido sobre todo por sus célebres ‘Rimas’. Dice Bécquer: “Por los tenebrosos rincones de mi cerebro duermen los extravagantes hijos de mi fantasía esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para poder presentarse decentes en la escena del mundo”.
La poetisa, fallecida a mediados del mes de septiembre de 2009, nació en la ciudad de Codazzi, Cesar, pero desde los ocho años hasta su deceso residió en Santa Marta. Había demostrado su personalidad desde temprana edad. Cuando presentó un poema de su inspiración ante los integrantes del Taller literario José Martí, quedamos perplejos: había soltura desbocada en la sintaxis y desparpajo en la expresión de sus emociones.
Sin presentirlo, fuimos sus primeros lectores y críticos. Era, más que un diamante en bruto, un filón de creatividad inagotable; una artista innata en cuya mente las imágenes pugnaban por aparecer, como lo dijo Bécquer, vestidas en forma decente solo para acaparar la fácil aceptación del lector poco versado en metáforas y alegorías.
En verdad, la poesía de Clemencia transpira erotismo por todos los costados. Así prefirió ella mostrarse ante el mundo, quizá por no encontrar en su existencia algo diferente a la frustración en el amor; por eso extraía de su ser retazos de sufrimiento para dosificarlos en pequeños poemas magistrales.
Cuando Clemencia Tariffa descubrió la obra magnífica de García Lorca, comprendió que la poesía era el ámbito donde ella explicaría su extraordinario acervo poético. El ritmo, y no la rima del poeta de Granada, era lo que ella buscaba para expresar en jirones siquiera parte de su angustia existencial.
Pero la vida de la poetisa marchó a la par con el ritmo de su poesía. Los estragos de su incurable epilepsia, unidos a la malnutrición cotidiana, hicieron su labor malsana en el organismo de Clemencia y poco a poco su deterioro se tornó irreversible. Solo algunas personas comprensivas y compasivas estuvieron a su lado —no tendría sentido decir que en las buenas y en las malas— y le brindaron el apoyo que ese ser desvalido necesitaba. La pobreza extrema y el desamparo que siempre conoció habrían de llevarla a situaciones verdaderamente trágicas.
Quienes conocimos a Clemencia Tariffa en sus comienzos literarios —en 1980, más o menos— podemos dar fe de su excepcional calidad poética. No aparecía aún el mecenas que pudiese dar a conocer sus poemas, pero era solo cuestión de tiempo, pues tanta fuerza poética no podía ser relegada al ostracismo.
Tampoco estaba en el entorno de Clemencia la figura protectora de María Mercedes Carranza, quien emitiera el siguiente concepto al leer sus poemas: “Toda su obra denuncia a una mujer y a un temperamento que nació para crear y no para destruir, para defender la vida antes que la muerte; a un poeta que delira por lo que vale la pena delirar, por el afán de frenesí, por el ansia de asombro, por la necesidad de revelarse tal como es, sin renuncias ni fingimientos”.
Son obras de Clemencia Tariffa ‘Los ojos de la noche’ (1987) y ‘Cuartel’ (2006). El poema ‘Senos’ es una muestra del carácter ‘perturbador y recóndito’ que recorre los versos de esta poetisa. Recientemente, la poetisa, declamadora y promotora social Darling Luna Luna, organizó y desarrolló en Codazzi un festival con el nombre de Clemencia Tariffa.
Estas palabras quisieran tener el poder de fijar en la mente de los samarios la convicción de que en esta ciudad residió una mujer que, al descubrir su vocación de poeta, no hizo cosa distinta de consagrarse, de ser auténtica, como lo expresa ella misma en su poema ‘Misiva’.