Más por curiosidad que por cualquier otra cosa, mucha gente en la capital guajira se pregunta ¿Sí existe una organización gubernamental llamada Secretaría de Obras Públicas? Y están en su derecho porque la pregunta está motivada en los hechos y situaciones que viven a diario.
En las principales calles y carreras de Riohacha cualquier día usted observa que tumban una pared y los propietarios se corren hacia el espacio público sin pedirle permiso a nadie. Y no hay autoridad que les pregunte si tienen o no permiso para ampliar sus terrazas ante la mirada impávida de la gente.
En muchas zonas del centro de Riohacha la gente se pelea el paso con los carros porque no hay aceras que se han ido perdiendo poco a poco tragadas por la ampliación de los frentes de las residencias. Se han visto casos de personas que tienen que treparse por las paredes para no ser atropelladas por los carros.
Y llegamos al denominado espacio público que tiene vida propia y es reconocido y protegido por las autoridades distritales en cabeza del alcalde. Pero pareciera que no. Tal parece que la ciudad de Riohacha necesitara el nombramiento y la presencia de un curador experimentado que con ojo clínico hable y exponga con argumentos cómo defender los espacios públicos de la ciudad.
Es un derecho ciudadano el disfrute del espacio público y quizá el Concejo distrital está en mora de darle vía libre a la creación de lo que sería el Defensor del Espacio Público en Riohacha y que los ciudadanos podamos andar más tranquilos.
En esa misma dirección en contra del espacio públicos van los dos mercados públicos que tenemos en nuestra gloriosa capital. Causa asombro la forma como los vendedores estacionarios se han apoderado del espacio público y ya no solamente tienen sus sitios de venta, sino que –por ejemplo– en el llamado mercado viejo, los vendedores estacionarios detrás de sus negocios tienen hasta cocinas y allí preparan sus comidas. Y ya no solamente comen, sino que tienen hasta espacio para colgar sus chinchorros y hacer la siesta del medio día. En consecuencia, el espacio público se ve altamente reducido y la lucha entre vehículos y peatones es una constante diaria.
Y surge la pregunta obligada: ¿Quién le pone el cascabel al gato? Muchos alcaldes han intentado; pero no han podido. La sobre población de Riohacha está amenazando con arrasar con todo. Y ante el despelote y la falta de autoridad los avivatos aprovechan y hacen de las suyas. Nadie respeta a nadie y se abren zanjas en las calles, se amplían jardineras, se rompe pavimento mientras muchos se preguntan ¿quién autoriza todo esto? Riohacha pide una Curaduría a gritos.