Riohacha, la capital del departamento de La Guajira, hoy Distrito Turístico y Cultural, gracias al senador Alfredo Deluque Zuleta llega el 14 de septiembre a sus 477 años de fundada o poblada, de acuerdo a los historiadores tanto españoles como colombianos y guajiros.
Es decir, fue fundada el 14 de septiembre de 1545. Es bueno aclarar que estas fundaciones se hacían por mandato directo de la corona española para los tributos a los reyes de España, en razón que los españoles en su época de la conquista encontraron todos estos parajes ya poblados. Valledupar, la capital del departamento del Cesar, fue fundada el 6 de enero de 1550.
Cinco años de diferencia entre una ciudad y otra, donde surge la pregunta ¿por qué Valledupar ha tenido un desarrollo tan creciente y vertiginoso y Riohacha un progreso e incremento decreciente? Una pregunta para los sociólogos, para los politólogos, para los especialistas en desarrollo urbano y para los dirigentes que han manejado los destinos de la ciudad capital. Muchos de sus hijos han escrito de Riohacha como la villa encantada que ya dejó de ser una aldea para convertirse en una ciudad de empuje y de desarrollo; aunque con tantos entuertos en su planificación, en sus graves servicios públicos, en gran parte en la falta de sindéresis de sus dirigentes que han dado pasos como el cangrejo (uno hacia adelante y otro hacia atrás). Riohacha continúa siendo un rinconcito del Caribe.
Riohacha no es la ciudad de Federman, la pudo fundar él, sí, pero es la hija de sus hijos. Siete veces incendiada y otras tantas la levanta el ave Fénix. Alma de volcán soplada sobre ella cuando olas cenizas apagadas volvían a despertar con furor las lavas. Sichimi, la llaman los guajiros, porque no dejan de querer como suya a la que había nacido en su seno febril y buscó después el arrimo apacible de las dríadas. Y creció como una ninfeácea a orillas del Calancala. Lo anterior es parte de la historia de Riohacha, la ciudad festonada, contada por uno de sus hijos, el escritor José Ramón Lanao Loaiza, en el año 1936.
En el pasado reciente Riohacha, ha sido incendiada muchas veces, ya no por los corsarios e indígenas, sino por la desidia, la indiferencia y la corrupción de sus dirigentes. Pero a pesar de ello se ha levantado de todos los embates, como una ciudad emancipadora y bravía. Al dejar de ser Riohacha una ciudad importante en el área del Caribe, donde todos los consulados de las Antillas ondulaban sus banderas, en esta ciudad señorial, donde funcionó uno de los bancos más florecientes de la época: el Dugánd Gnecco, donde la ciudad capital también gestó una de las mejores batallas del Almirante José Prudencio Padilla: el de la Laguna Salá y que ni eso importó a sus habitantes, para dejarla en el recuerdo y convertirla en cenizas de la historia.
Para fortuna de hoy, existen historiadores de la talla de uno de los que conoció más su historia, Benjamín Ezpeleta Ariza con uno de sus tantos libros ‘La verdadera historia de Riohacha’, “Benja” fue grande en todo su recorrido; el siempre recordado Osvaldo Robles Cataño con su libro ‘El Riohacha que se fue’, el antropólogo Weildler Guerra Curvelo –con un ensayo sobre el Natalicio de Riohacha–, un intelectual de renombre, Vicenta Siosi Pino, con su libro sobre las costumbres y uso de los wayuú tan ligados a la historia de la capital guajira; ‘El Quincenario Ecos de La Guajira’ del ingeniero naval Alfredo Orcasitas Cúrvelo, que dejó tantos recuerdos de la historia de Riohacha desde los tiempos coloniales, así como la pluma del historiador y jurista Orlando Vidal Joiro.
Sin olvidar lo que fue la pluma endemoniada de Efraín Medina Pumarejo, quien dejó plasmada en tantas columnas de opinión la historia de Riohacha. Es bueno recordar también el amor que le profesaba el historiador y poeta de Barrancas, Guillermo Solano Figueroa, que dejó para la eternidad aquel ensayo ‘Riohacha inmarcesible’ cuando escribía con su maravillosa prosa: “El fulgor de una tarde opalina matizaba las arenas de la playa con el ir y venir de las olas que sin cesar lamían la tierra en un perenne ósculo que a veces parece saludo y en otras despedidas. A lo lejos se ve una bandada de pelícanos que vuela en forma de V labiodental; es presagio de triunfo y por eso creo que Riohacha pronto despertará del marasmo a que la ha llevado el abandono oficial, que pronto pasará. Un viento fresco, el nordeste acaricia nuestra llegada, mitiga nuestro calor y nos llena de aire puro que invade nuestros pulmones y nos da una sensación de tranquilidad y relajación. Es la brisa que viene del mar, como dice la canción. Y la gente sale a recibirla como si fuera un visitante intangible, heraldo de placeres y alegrías”.
Palabras proféticas de mi escritor y padre putativo, que ya no está con nosotros. Es Riohacha, la Riohacha de mis amores, a la que he querido, amado como si fuera mi propia Villanueva. Riohacha hoy y siempre ha contado con grandes valores tanto profesionales como de la ética, de la moralidad, ejemplos hay a montones que en dos cuartillas sería insuficiente expresar lo que ellos valen y pesan como seres humanos.
Periodistas de altos quilates ante los cuales me quito el sombrero, historiadores de la mayor valía y buenos dirigentes que luchan por esta tierra que le dio gloria al almirante Padilla, donde este prócer libró una batalla grande en la gesta libertadora, en un sitio histórico que hoy se encuentra en el ostracismo y que debería convertirse en punto de referencia de su historia y de su turismo como es la laguna Salá.
Pero Riohacha continúa siendo un rinconcito del Caribe colombiano, con sus incendiados crepúsculos, llenos de embrujadas guaridas, con sabor a piratería, bacanales nocturnas, con cañonazos de fuego cruzado y algarabía guerrera de los desnudos hijos del mar. Riohacha también continúa siendo el bullicio del mercado, donde una india tararea un canto triste, como un sermón o elegía a la sociedad que lo margina. En fin, Riohacha es la ciudad capital que engalana a La Guajira con tantas cosas buenas que sumadas ocultan las malas de una ciudad que está en vía de desarrollo.