El cronómetro comenzó a descontar el tiempo hasta que lleguen las ocho de la mañana del 19 de junio de 2022, fecha y hora en que se abren las urnas para que los colombianos elijamos al nuevo presidente que nos gobernará en el siguiente cuatrienio que comienza el 7 de agosto de 2022 y termina el 7 de agosto de 2026, tiempo suficiente para que quien elijamos cumpla con su programa de gobierno propuesto en campaña y traducido en el Plan Nacional de Desarrollo durante su mandato.
Cumplida la primera vuelta presidencial en la que el electorado definió los nombres de Gustavo Petro refrendado por el ‘Pacto Histórico’ y Rodolfo Hernández avalado por la ‘Liga de Gobernantes Anticorrupción’, nos deja un nuevo mapa político y un claro mensaje que los partidos tradicionales perdieron las fuerzas hegemónicas que tenían entre sus militantes y simpatizantes, afectando además a las nuevas colectividades que han nacido en los últimos años y que han tenido muerte súbita ante el contexto de sus electores.
Observamos cansancio y fatiga entre sus militantes y desatinos calificados por sus simpatizantes tal vez producto al mal uso que le dieron a la marca política mientras estuvieron en el poder o gobernando.
El solo hecho de que los partidos políticos tradicionales no estén avalando a un candidato a la Presidencia, significa a nuestro criterio que ya no reflejan ese populismo político que en otrora tuvieron, por lo tanto, los desgastados partidos liberales y conservadores, dejaron de ser esas instituciones que recogían y aglutinaban la voluntad popular.
Algo está pasando cuando nos encontramos en el punto que los candidatos a la Presidencia políticamente rechazan el respaldo de los partidos y movimientos que en otrora avalaban a los candidatos y con ellos el hecho de no recibir públicamente el respaldo de algunas figuras abominables de la política que en el pasado pesaban, no deja de ser un mensaje preocupante para los partidos.
Si la tendencia de rechazo hacia los partidos que legalmente están constituidos en Colombia continúa de aquí en adelante, le corresponde a su dirigencia pensar y repensar en una reingeniería a la ley de partidos, a la militancia y la entrega de avales, al menos que los mismos queden solamente para avalar a quienes aspiran a Congreso, Asamblea y Concejos y no a los candidatos a la Presidencia, Gobernación y Alcaldía.
Hay que reconocer que los partidos que centenariamente estuvieron gobernando a Colombia han perdido su norte, su esencia y su razón de ser para lo que fueron constituidos. Con el solo hecho de equivocarse en el pasado al entregar los avales a candidatos de poco talante, comenzó la debacle en su estructura y es allí en donde comenzaron a nacer los nuevos movimientos que se convirtieron en nuevos partidos, pero nacieron contaminados con el mismo virus que ha carcomido al erario público.
¿Y qué viene ahora? Solo lo saben sus directivos.