¿No les pasa que estamos compartiendo felices y siempre tenemos que parar esos buenos momentos porque debemos tomarnos la foto pal Face? ¿Además de un esperen y coloco este nuevo filtro para que no se vean las arrugas o me vea más flaca? Sé que a muchos les pasa como a mí que amamos los buenos momentos de calidad sin necesidad de una foto, pero como ya se volvió costumbre que deba existir la captura de estos momentos, especialmente para sostener ante el mundo social de redes y plataformas una vida perfecta llena de alegrías, desde mi posición participo de estas prácticas sin hacer ningún reparo, porque no está mal hacerlo si se hace de una forma espontánea y sin excesos; pero a veces nos dejamos engañar de fotos, videos, collages y demás herramientas que venden una felicidad no muy real, vidas de filtros que esconden la verdadera esencia de los seres humanos. No somos perfectos, pero queremos aparentar que sí lo somos, ocultándole al mundo lo que llevamos por dentro, que es lo que en realidad vale la pena.
Con esto no quiero satanizar la utilización de las redes sociales, las fotos y demás, porque no tendría autoridad para hacer una crítica como esta, yo también manejo mi ‘social media’. Hago esta reflexión es para ir un poco más a fondo, que podamos ver con los ojos del corazón a esas personas que están detrás de esas vidas y fotos perfectas. Quiero invitarlos a ver los seres humanos con defectos y virtudes que se ocultan en las redes sociales, estoy segura de que vale la pena conocerlos desde su verdadera humanidad. Encontremos entre redes lo autentico que nos permita conectar con el amor y las verdaderas emociones, no es justo que el mundo siga perdiendo personas bonitas porque no les dieron un buen manejo a sus estados de ánimo y las personas que los rodearon se confiaron de una vida de apariencias donde pudieron hacer más y ayudar a vivir una verdadera realidad desde la gratitud y la resiliencia.
El corazón no nos engaña, por eso quiero que desde las emociones revisemos nuestro actuar y pidamos ayuda si la necesitamos, busquemos a esa persona correcta que nos pueda escuchar para desahogarnos si tenemos alguna dificultad y también seamos perceptivos para tenderle la mano a esa persona que nos necesite y no tenga el valor de pedirnos ayuda para salir de ese callejón sin salida donde regularmente se encuentra. La depresión es una enfermedad que no se soluciona con fotos, plata y fiestas, hay que buscar ayuda, saber escuchar, brindar un buen consejo, llenar de amor y muchas otras cosas que le permitan a esa persona que se esconde detrás de una máscara social recobrar su seguridad, su esencia, su autenticidad y así poder salir de esos estados de ánimos letales que no les permiten vivir otras emociones que merecen experimentar para retornar la normalidad de una vida sana llena de matices.
La gratitud de la vida está en brindar cariño a quien lo necesite, seamos ese hombro para quien tenga dificultad, no seamos ciegos de las verdaderas problemáticas que nos ha dejado la crisis y nos siguen dejando las redes de apariencias, este grave daño se disimula ya que aparentemente pasa desapercibido porque creemos en la felicidad que nos venden, pero su afectación e impacto en la sociedad es de grandes magnitudes que muchas veces no lo vemos porque está maquillado y escondido en realidades falsas, pero ahí detrás está el encierro, el duelo, la perdida, los temores y otras dificultades que han dejado y tienen a muchas personas dudando de lo hermosa que es la vida y no podemos permitir que eso pase.
Ya la pandemia nos ha quitado a hermosos seres humanos para seguir perdiendo más. Es momento de ver la vida desde el servir y el amor que tanto nos hace falta, ayudemos a nuestro prójimo, seamos más empáticos, identifiquemos a quienes nos necesitan y hagámosles saber que nos tienen en sus vidas para bien, aprendamos a ser ángeles de bendiciones. En nuestras propias manos está brindarle al mundo esa seguridad para recobrar la confianza en las segundas oportunidades.