A Greta Thunberg mis respeto por cuidar el medio ambiente y que no se preocupe tanto por la otra mitad, esa se la cuidamos aquí, por estos lares.
Es que definitivamente somos “los chachos de la película” a la hora del recicle y el trapito de lavar los platos que una vez fue una media blanca e inmaculada de un estudiante de primaria, me lo confirmó.
Ya el escolar se casó y hasta calvo está ¿Y el trapito? Ahí, como Joaquín Guillén, imbatible.
Y no nos vayamos tan lejos, el portacomidas de peltre que la matrona se ganó jugando bingo y que envió a la vecina con un guisao y que nunca le devolvió, fue sustituido rápidamente por un pote de plástico de mantequilla venezolana, que ya el escolar crecido conoce de memoria y hace uso y abuso de él, cuando llega rascao y con hambre a media noche: Ahí está su tapaito de lo que quedó en el al almuerzo, reciclado y esperándolo.
Con la mano buena, la matrona compra a veces dulces de icaco y de papaya en frascos, también reciclados, de mermeladas y, al terminar de cucharearlo y hasta lamberlo a escondidas, este se transforma en el vaso del jugo del almuerzo y ay de quién lo parta porque contados e inventariados todos están.
Los frascos de compota se vuelven unidad de medida de la tortuga frita y los potes de avena, miden la venta del maíz cariaco, el envase de manteca sirve para medir el petróleo y no importa lo que señalen las acciones de Pdvsa, el precio se fija gracias a la botellita.
¿Y mis guaireñas, de qué están hechas? Puro Good year, que queda bien estampado en una nalga, cuando se castiga una travesura con un guaireñazo.
El trapo de limpiar, es una camiseta vieja, casi siempre con la cara desteñida de un político, así que a más de un honorable he visto en los hogares de mi gente, recogiendo polvo y limpiando regueros, aquí no se salva ni el Papa y hasta la carita de Su Santidad, el hoy Santo que hace años nos visitó, he visto pegado a las baldosas en más de un hogar, sacándole brillo al piso.
Y ni crean que la cosa termina ahí, estas costumbres domésticas locales emigran a la gran ciudad; pues cuenta la leyenda que cuando el dueño del calcetín escolar, hoy esponja lavaplatos, se fue a estudiar a 2600 metros más cerca si de las estrellas y vivía en un apartamento mal amoblado, con 2 o 3 paisanos más; en la primera parranda sacaron la de Old Par que traía consigo celosamente escondida en la maleta, pero advierten no tener vasitos ni de plástico y ni de vidrio.
Ya el vallenato suena a todo timbal y aún no se soluciona el problema, en el desespero de las ganas de beber, se echa mano de lo primero que se encuentre y la pagana fue una tapa de la laca para el cabello que el inquilino anterior había dejado en el botiquín del baño y que a su vez le había servido a él como medidor de sus gargarismos de listerine. Ahí en medio de la parranda, la tapita es la protagonista y desde el día del hallazgo se constituye en el objeto más custodiado de la casa.
Así que mi admirada Greta, sigue peleando con Trump, con Villegas y con todo el que llega, que la vaina por aquí está firme, si de reciclar se trata.