El hijo de ‘Mane’ Díaz se acercó a la muchachera del barrio Lleras que se repartía en dos equipos, para echarse un partidito de bola e’ trapo.
Venía vestido de lo ajeno: camiseta a la rodilla y unos guayos grandes, que bien podrían ser los que su papá usaba cuando dejaba a un lado su trabajo de cantante en un conjunto vallenato, para dedicarse al entrenamiento de la escuela de fútbol del vecindario.
El muchachito miraba suplicante al pelao que le doblaba en estatura y designaba a los integrantes de cada equipo, con la esperanza de que estuviesen incompletos y le permitieran jugar, pues su diminuta humanidad escapaba a los requisitos de selección: ¡mala suerte! Estaban completos.
Cuando se disponía a sentarse en el bordillo, conformándose con hacer de espectador, más por compasión que por utilidad, lo llamaron y lo dejaron entrar al partido como “ñapa” del equipo que parecía menos fuerte, para compensar las cargas; la sonrisa del pelao iluminó todo el vecindario.
Oh sorpresa, la ñapa hizo gol y empató el partido que su equipo perdía 1 a 0 y sus compañeros lo abrazaron.
Los contradictores se vieron obligados a tomarlo en serio, pero este chipiricuatro, flaco por la eterna inapetencia, le hizo un túnel, un paragüita, chalaca, chilena, media bolea, taquito y cuanta pirueta futbolística existiera y cuando los rivales lo detuvieron enfurecidos, jalándolo por la ancha camiseta, este se liberó con gran habilidad, perdió la camiseta, se la dejó en manos al defensa contrario y como un gusarapo de alberca, se paró frente al portero, a pecho nudo, y pateó con el alma, desempatando el partido: Gooool, la ñapa hizo otro gol y lo cargaron en caballito y lo ovacionaron por toda la cancha, sudados, cansados y felices.
Quién sabe si el crack de hoy recordará que seguramente ese día no solo ganó el partido, sino que también conquistó, con talento, el respeto de sus amiguitos, tanto de los más grandes como de los más chicos, quienes desde entonces pelearían por tenerlo en su bando como una pieza clave, hacedor de victorias., con lo cual adquirió un poco más de confianza en sí mismo y en consecuencia, más oportunidades para entrenarse.
Quién sabe si en esos días de hincha empedernido de su tiburón, se imaginó jugando en él, porque lo suyo no era el estudio, ni la escuela, su entrega y disciplina emergían solo detrás de un balón y se le iban los ojos desde las rejas de cualquier cancha, viendo jugar a los más grandes, capturando las mejores jugadas para replicarlas en la primera oportunidad que la vida le brindase.
Días mágicos, persiguiendo un gol, bajo el cielo de una tarde barranquera.
Brillan en sus ojos la voluntad de ganar, de cumplir ese sueño que empieza de niño y lo lleva cada día más y más lejos y no como un cuento de hadas, es el fruto de la disciplina, el esfuerzo y los sacrificios de un hombre talentoso y sencillo que aún ignora que cuando sale a la cancha Colombia lo aclama y La Guajira saca pecho y celebra el doble cada gol o cada jugada magistral que construye con la desenvoltura de un campeón.
Gracias paisano, gracias crack, gracias Luis Díaz, por hacernos sentir como los ganadores de esta copa.
Cuéntales a todos que “con mucho gusto y a mucho honor, eres del centro de La Guajira” y confírmale al mundo entero que si bien Colombia perdió la Copa tú puedes gritar a todo pulmón y con conocimiento de causa que “a veces perdiendo se gana”.