La plata es como el hambre: va y viene y de una mala situación nadie está exento.
Menos mal que la solidaridad de mis paisanos se sabe imponer en los momentos de dificultad y en medio de una necesidad, de un apuro o aprieto, cuando se está con la soga al cuello y la pelúa encrespá, si el varado a bien lo desea se puede sortear la situación “literal” con una rifa.
Sí señor, así como lo oyen, basta organizar la cuestión y bien sea con un talonario de papelería de barrio o simplemente con los números anotados desde el 00 y hasta el 99 en una libreta u hoja de bloc, jugando con las dos últimas cifra de cualquier lotería o simplemente cortando cada número y nombre, haciéndolos rollitos y echándolos en una bolsa para una extracción aleatoria en presencia de cualquier testigo honorable, se puede arreglar el chico y listo el pollo. (Se recomienda evitar los de dudosa reputación, como pícaros y lenguas largas).
Lo bonito de una rifa es que difícilmente alguien se niega a colaborar, pues las verdes uno nunca sabe cuándo es que le pueden tocar y como la necesidad tiene cara de perro, la pena se le va a uno quitando, los números se van llenando y hasta con gran entusiasmo se escoge un premio atractivo y se prepara la rifa.
El compadre con la mano buena te coge varios puestos; el cují, uno y se regodea para pagarte; el cumplidor, dos y los paga enseguida; el facistor, tres y fijo te los picarea y nunca los paga na’, el que está en la pelúa, pero te quiere colaborar porque en su pellejo ha sentido el apuro, te fía un numerito para fin de mes y con gran esfuerzo te cumple y te lo paga.
La rifa es una actividad bonita y sencilla que habla de generosidad y esperanza. Muchas se efectúan para sostener una noble causa, un sueño o un capricho o simplemente para cubrir una necesidad o responder a una obligación, en todo caso el motivo siempre es loable y le permite al que participa conectarse con su parte buena y cumplir con el mandamiento de “amar al prójimo” y con amor demostrativo: ayudándolo, dándole una mano en sus afugias.
El techo de la iglesia, los vestidos de una miss, el semestre del hoy doctor y hasta el digno cabo de año de un difunto han sido patrocinados por la generosidad solidaria de mis paisanos y han regalado felicidad y cancelado preocupaciones, han salvado vidas y devuelto esperanzas.
Un puestecito en una rifa es como el vasito de agua helada del mediodía o el café de las mañanas: “no se le niega a nadie” y para colaborar, todos prestos hemos de estar.
Pero no falta el negao’, de mala ley y mala clase que se rehúse a tender la mano y hasta capaz se permita criticar. Ni te inmutes, pasa derecho y sigue el camino, tú solo dile como decía mi abuela: “en la bajadita te espero”.