En honor a la verdad, no recuerdo el momento preciso en que tuve la plena conciencia de saberme ganadora de la lotería, sin comprarla, “El premio mayor”, literal, solo por haber tenido la fortuna de nacer de segunda en mi familia.
De seguro, muchas personas que no son primogénitas entenderán, como yo, lo afortunadas que somos al contar con el privilegio de transcurrir la vida con un hermano mayor en quién apoyarse.
El premio gordo de mi lotería tiene nombre de mujer, con todas las características comunes a estos maravillosos seres. Y carajo, cómo nos lo recuerdan nuestros progenitores desde el principio: “Respete a su hermano mayor” nos repiten hasta la saciedad.
Eso sin contar que, viendo la otra cara de la moneda, nos toca ser los protagonistas del festival del usado y remendado, pues toda la ropa que a ellos ya no les queda, automáticamente pasa a nosotros, sin consultar nuestros gustos y disgustos y sin derecho a revirar porque de lo contrario nos va peor y ni el dobladillo le cogen y anda uno por la vida así, arrastrando los trapos que la hermana mayor abandonó.
¿Y las fotos? Esa es otra historia. De la mayor hay en la casa una infinidad de recuerdos: el primer diente, el ombligo, la huella del pie, el chupo, el boletín, las primeras manualidades y hasta más de un mamarracho enmarcado, colgado en un lugar de honor, cual la Monalisa de Da Vinci.
Ya los que siguen, si de vaina encuentran su diploma de bachiller refundido en el cuarto de San Alejo en un baúl de los recuerdos, dense por bien servidos.
De todas maneras, reconozco que más son los pro que los contra, porque tener quien te defienda, te aconseje, te resuelva y hasta se eche las culpas por ti, es algo celestial y no creo haber llegado a esta edad, si ella no me enderezaba el camino, pacientemente y todas las veces que la puerca torció el rabo.
Mi premio mayor salió con ñapa porque la distinción, nobleza y ecuanimidad de mi baloto, compensan las virtudes que esta plebeya no posee y yo me siento tan orgullosa de ello como si las tuviera.
Mi hermana mayor ha gastado la mitad de su vida corrigiendo mi carácter impetuoso, el tono de la voz, cualquier vulgaridad o indiscreción y hasta mi mala ortografía, porque obviamente estos seres nacen con los buenos modales incorporados, la caligrafía impecable y no saben lo que es manchar un vestido nuevo con una pepa de mamón o arrancase la costra de una ñoña de un raspón al tropezar de nuevo, con la misma piedra y con el mismo pie.
Sin embargo, un día menos pensado te despiertas y parece que a fuerza de tenerlas como guías, algo te queda dentro, entiendes que ella, la hermana mayor, lo único que quiere es tu bien, tu felicidad y que no sufras. Y si de casualidad, por alguna combinación del destino algo nos sale medio bien, son las primeras en aplaudirnos y te parecerá increíblemente bacano cuando una hermana mayor, con todo su linaje y perfección, te mire a los ojos y te diga: estoy orgullosa de ti.
Dios bendiga estos ángeles sin alas y les conceda larguras de días para que sigan siendo el faro de nuestras vidas…. a propósito, la mía está de cumpleaños y le decimos Lady D.