¿Y si le diéramos un verdadero chance a la educación? La Guajira ha probado de todo: promesas institucionales, planes estratégicos, visitas ministeriales, discursos con sombrero y mochila… pero lo que aún no se ha probado con seriedad es apostar de verdad a la educación como motor de desarrollo. No se trata de llenar hojas de ruta ni de lanzar programas piloto. Se trata de invertir en lo único que ha demostrado, en todo el planeta, que saca a los pueblos de la pobreza: el conocimiento.
Las potencias ya lo entendieron (y no les dio pena hacerlo) países como Corea del Sur, Finlandia, Irlanda o Canadá se tomaron en serio la educación, y hoy no sólo lideran indicadores académicos, sino también calidad de vida, innovación y sostenibilidad. Ellos invierten en escuelas, pero también en formación docente, tecnología, pensamiento crítico, y sobre todo, en convertir al estudiante en sujeto de transformación.
Y mientras tanto, nosotros seguimos viendo la educación como un problema ajeno. Un tema de rectores, profesores o ministerios. No como lo que es: la raíz de todo cambio estructural.
La Guajira es joven, diversa, potente. Pero sus jóvenes siguen esperando una oportunidad real para aprender, no solo sobrevivir. Las escuelas están mal dotadas, los docentes mal pagos, y los niños mal alimentados. Eso no es ‘problema del sistema’. Eso es falta de decisión colectiva.
Necesitamos con urgencia una apuesta seria por educar a la población mayoritaria, no solo para la primaria y la secundaria, sino para el mundo real. Formación técnica, tecnológica, bilingüismo, habilidades del siglo XXI… nada de eso puede seguir siendo un privilegio.
Seamos claros. La etnoeducación, como concepto, suena bien. Pero en la práctica se ha convertido muchas veces en un comodín institucional para justificar el abandono. No se trata de negar las tradiciones, se trata de exigir que no se usen como excusa para mantener la precariedad.
Muchos niños wayuú siguen viendo clases bajo árboles, sin cuadernos, con profesores rotativos o mal preparados. ¿Dónde está la dignidad en eso? Defender la identidad no puede ser una excusa para condenar a nuestros niños al olvido con aroma cultural.
Hay que repensar la etnoeducación. No abolirla, pero sí reformularse con rigor, con presupuesto, con sentido y con metas claras.
Cuando era secretario de Educación Departamental lamenté esta anécdota que me ocurrió en una reunión con el Ministerio de Educación en Manaure, un joven se acercó a uno de los invitados especiales y le dijo:
— “Profe, ¿usted sabe para qué sirve el diploma aquí en La Guajira?”
— “Para seguir estudiando, o para conseguir trabajo”, respondió optimista el profesor.
— “No, profe… sirve pa’ enmarcarlo y colgarlo junto al espejo del cuarto, pa’ que uno se acuerde de que al menos terminó algo”.
Y se rieron. Todos. Porque era un chiste… hasta que dejó de serlo.
Apostarle a la educación en La Guajira no es un acto de buena voluntad, es un movimiento inteligente. Porque ninguna región sale adelante si sus ciudadanos no pueden competir, si no pueden leer el mundo, si no pueden construir soluciones con sus propias manos y mentes.
Necesitamos más escuelas bien equipadas, sí. Pero también necesitamos una cultura educativa viva, que inspire, que rete, que forme. Que conecte el conocimiento con el territorio, y que prepare a nuestra gente para liderar, no para seguir esperando.
Este no es un texto técnico. Es una llamada. A ti que vives aquí. A ti que alguna vez soñaste con cambiar las cosas. La educación no lo es todo, pero sin ella todo lo demás se tambalea.
La Guajira no necesita fórmulas mágicas. Necesita una decisión colectiva: apostarle a la educación sin adornos, sin aplazamientos y sin miedo.
Es hora de exigir calidad, pertinencia y dignidad.
Porque una región que educa con seriedad, es una región que ya empezó a cambiar en serio.