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En la era actual, nuestra existencia se define cada vez más por la globalización, un fenómeno que nos une en una red compleja de interdependencia e influencia mutua. Este tejido global no solo moldea nuestra realidad cotidiana, sino que también redefine nuestra comprensión del pasado.
En este sentido, la globalización, al borrar gradualmente las fronteras culturales y políticas, nos enfrenta al desafío de preservar nuestra identidad en medio de un mar de influencias externas. Este proceso intercultural nos deja a menudo desorientados, luchando por encontrar puntos de anclaje en un mundo que cambia rápidamente.
En este contexto dinámico, identifico tres rasgos fundamentales que marcan nuestra época: la forma en que interpretamos nuestro pasado reciente. La tendencia hacia la radicalización violenta. Y, la fractura de las relaciones humanas por la escalada de violencia y los fenómenos globales.
En la forma como interpretamos nuestro pasado reciente surge que la memoria histórica juega un papel crucial en este proceso. Conocer la historia de figuras como Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán, Jaime Garzón y muchos otros, y entender los periodos de violencia que han sacudido a nuestra nación, no es solo un ejercicio de recuerdo, sino un paso esencial hacia la reconciliación y la paz. Es a través de la comprensión de nuestro pasado, con todas sus luces y sombras, que podemos construir un futuro en el que tales tragedias no se repitan.
El segundo rasgo distintivo de nuestro tiempo, y que considero particularmente alarmante, es la tendencia hacia la radicalización violenta, un fenómeno que, si bien adopta formas variadas en diferentes partes del mundo, conserva una esencia común en la creciente indiferencia y hostilidad hacia el otro. Esta se manifiesta no solo en actos de violencia física, sino también en la forma en que concebimos nuestras interacciones y responsabilidades dentro de la sociedad. Vivimos en una era en la que la reivindicación de derechos personales a menudo eclipsa el reconocimiento de nuestros deberes hacia los demás y hacia el planeta. Esta desconexión entre derechos y deberes ha llevado a una erosión de los lazos comunitarios y a una crisis de responsabilidad colectiva.
La radicalización y la polarización no solo amenazan la paz social, sino que también comprometen nuestra capacidad para enfrentar desafíos globales como el cambio climático, la pobreza y las inequidades.
En un mundo interconectado, donde nuestras acciones tienen repercusiones que trascienden fronteras nacionales, es imperativo recordar que vivir en sociedad implica un contrato social no escrito que equilibra derechos con obligaciones. Debemos preguntarnos cómo podemos fomentar una cultura que valore la empatía y el compromiso con el bien común, reconociendo que la verdadera libertad y seguridad solo se logran cuando se asumen responsabilidades compartidas.
El tercer rasgo que caracteriza nuestra era es el estado profundamente preocupante del mundo, marcado por la fractura de las relaciones humanas, la escalada de violencia, y fenómenos globales como los exilios, las migraciones forzadas, y las diversas formas de abuso y discriminación. Paralelamente, enfrentamos una crisis medioambiental sin precedentes, evidenciada en la degradación acelerada de nuestros ecosistemas y un cambio climático que avanza implacable, presagiando lo que algunos interpretan como el crepúsculo de nuestra civilización y quizás incluso de nuestro planeta tal como lo conocemos. Este panorama sombrío se ve reflejado en el discurso público, donde la fascinación por la idea de encontrar otros planetas o civilizaciones alternativas se discute con una mezcla de fatalismo y deseo de escapismo, sin centrar la atención suficiente en las acciones concretas que podríamos emprender aquí y ahora para revertir esta tendencia destructiva.
Estosrasgos nos invitan a reflexionar profundamente sobre el tipo de sociedad que deseamos construir. ¿Queremos una comunidad guiada por el individualismo y el conflicto, o aspiramos a una sociedad que promueva la solidaridad, el respeto mutuo y un sentido renovado de responsabilidad hacia nuestro mundo y sus habitantes? En este punto crítico de nuestra historia, la respuesta a esta pregunta es más relevante que nunca.