Cuando se habla de generación literaria, se tiene en cuenta a un grupo de escritores que comparten características parecidas, ya sea en el tema, la forma o el contenido de sus obras. Lógicamente, el término ‘generación’ conlleva la idea de tiempo; es decir, los miembros de una generación deben ser contemporáneos entre sí.
En literatura española es importante y reconocida la ‘Generación del 98’, integrada, entre otros, por Miguel de Unamuno, Ramón del Valle-Inclán, Pío Baroja, Antonio Machado y Ramiro de Maeztu. Estos escritores, poetas, dramaturgos y ensayistas nacieron en la segunda mitad del siglo XIX y su preocupación principal giró alrededor de la situación política y social de España. Jamás se resignaron ante la pérdida de sus colonias de ultramar, entre ellas, Filipinas, Puerto Rico y Cuba. El último de estos territorios se les fue de las manos en 1898; de ahí el rótulo de ‘Generación del 98’.
Pero, hablando de ‘generaciones’, como decíamos al comienzo, existió en Estados Unidos un grupo de escritores destacados conocido como la ‘Generación perdida’. De ella tomaron elementos esenciales algunos autores latinoamericanos que varias décadas después asombrarían al mundo de las letras con sus producciones literarias.
Los escritores de la generación perdida norteamericana presentan importantes diferencias entre sí, pero comparten muchos rasgos comunes: en la forma, hacen uso de algunas técnicas nuevas en la narrativa, aunque ya eran utilizadas en Europa por el francés Marcel Proust (‘En busca del tiempo perdido’) y el irlandés James Joyce (‘Ulises’). William Faulkner, como escritor de la nueva Generación, es uno de los principales renovadores de estas técnicas.
En general, los integrantes del nuevo grupo literario cultivaron una expresión adecuada a su época y mostraron una visión múltiple de la realidad contemporánea, ya fuese del profundo sur de Estados Unidos, como hizo Faulkner con su microcosmos ficticio de Yoknapatawpha, o John Dos Passos en su ‘Manhattan Transfer’.
En el contenido, percibimos en ellos una actitud rebelde ante la realidad que les tocó vivir, marcada por la Primera Guerra Mundial; también, frente a la opulencia que empezó a fraguarse después en Estados Unidos con la especulación y la explosión capitalista de los años 20, y contra los valores tradicionales de la sociedad burguesa. Esa rebeldía se manifestó de diversos modos: en Francis Scott Fitzgerald (‘El gran Gatsby’), en la búsqueda de diversión constante y el aprovechamiento de la vida; en Steinbeck y John Dos Pa-ssos, en la crítica de las desigualdades sociales y la miseria; en Hemingway (‘Adiós a las armas’), en el riesgo temerario a través de la acción como camino para conseguir la dignidad personal. Faulkner combinó rebeldía en la forma y tradicionalismo en el contenido.
En cuanto a la temática, podemos apreciar algunas notas comunes: pesimismo y desconcierto; inutilidad y crueldad de la guerra; análisis de la sociedad norteamericana; conflictos ideológicos: contradicción entre progresismo y tradición; civilización y barbarie; igualitarismo social y capitalismo; además, despreocupación en la era del jazz.
No es casual que encontremos en ‘La hojarasca’, de García Márquez, una temática desarrollada por William Faulkner en ‘Mientras agonizo’. Más clara se refleja esta influencia de este autor en ‘La muerte de Artemio Cruz’, de Carlos Fuentes.
Así, pues, la ‘Generación perdida’ –nacida del desencanto de escritores que participaron en la Primera Guerra Mundial y vivieron de cerca los ‘años de la prohibición’ en Estados Unidos– ejerció una decidida influencia en los representantes del ‘Boom’ literario latinoamericano. A esta Generación perdida –sobre todo a Faulkner y a Hemingway– deben mucho Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa.