Es época de vacaciones, con la ‘pelaera’ dando ‘vironda’, buscando qué hacer, mientras que a los flojonazos se les va el día en la hamaca, meciendo el ocio y cultivando lagañas, a los intrépidos no; a esas 24 horas no les bastan y ya no hallan qué inventar para ganarle el paso al aburrimiento y acribillar la pereza.
Internet y la inmediatez con que estos carajitos quieren vivir la vida, no es que los ayuda mucho a conectarse y divertirse con la madre naturaleza y, aun viviendo en un lugar paradisiaco, envidiados por los capitalinos, solo encuentran atractivos en un centro comercial, olvidándose de que si “en el mar la vida es más sabrosa” es justo porque se puede disfrutar de sus encantos día tras día.
Quizá, cuántos pelaos no saben de la existencia del Valle de los Cangrejos, una playa exótica de Riohacha, muy limpia, retirada, misteriosa y santuario de amoríos, de encuentros clandestinos, en la época en que un besito era tabú y las caricias atrevidas, un gran pecado.
Ahora como todo es permitido y ya nada escandaliza, para bien o para mal, no es que sea muy importante alejarse hasta el valle, arriesgarse a la picada de un cangrejo, por romancear entre manglares.
Ustedes se la pierden, porque la adrenalina se escaparse con el amorcito, con el miedo de ser descubierto y que las luces de un carro impertinente alumbren donde no debe, no tiene par.
El Valle de los Cangrejos tiene magia y el abracadabra del ambiente entibia corazones y ablanda la voluntad de cualquier retrechera muchacha.
Si el cuento ya está echado y solo se espera la respuesta para el cuadre, es el mejor de los escenarios, para asegurarse un sí y de paso, sellarlo todo con un ‘martillón’ y un par de caricias, hasta donde el atrevido esté dispuesto a arriesgar y la fulana a aceptar, dejando algo para después, no vaya y sea que la juzguen de ligera y se mancille la reputación de la recién cuadrada, porque los averiguadores de la vida ajena son expertos en ello.
Hoy por hoy, todo ese misticismo, escondrijo o pudor están fuera de lugar, aquí ya no se deja nada a la imaginación y los trapitos sucios no se lavan más en casa, sino en redes y de qué manera.
Vienen a mi mente los escándalos por «las salidas» de las jovencitas, esas voladas repentinas y definitivas con las que las jóvenes parejas se marchaban de sus casas para dar rienda suelta al amor y a la pasión.
¡Ambúa! Para bien o para mal, vaya usted a saber, no hay necesidad de volarse o mejor dicho, te vuelas, te sales y te regresas, sin ningún temor.
Se corrió la línea represiva y contra viento y marea, truene, llueva o relampaguee, la gente adquirió el natural derecho de hacer de su fundillo un pote, así les caiga la crítica encima.