Ni chicha, ni limoná, así mismito pasa cuando uno nace en la mitad de sus hermanos, vive eternamente confundida entre querer ser ejemplo y autoridad o pechiche y consentimiento. Porque estás demasiado chiquito para ir sola a la tienda y sueñas con ese “20 de julio” que te dará la independencia para subir y bajar andenes sin que te agarren de la mano, atravesar la calle cuando se te pegue tu reverenda gana, porque también tienes ojos para saber si viene un carro o no y pararte, con propiedad, en frente del cachaco de la tienda y con tu botín de monedas y autoridad de prócer de la patria y haciendo un gran esfuerzo por llenar de potencia la voz decirle: “me vende un pirulí” , sin olvidar las palabras mágicas de “Por favor” y “gracias”.
Eres también, demasiado grande para pretender ser arullada en el mecedor y tienes que ceder a cualquier privilegio concedido a los otros que son más chiquitos. Así que te envainaron la vida y a sobrevivir se dijo.
En esa confusa posición, no hay más remedio que esforzarse por llamar la atención y hasta te tildan de egocéntrico o payaso.
Los del medio siempre son los más avispados, los que se saben los mejores chistes y los más diestros con las maromas, deportes o cualquier talento, desarrollado con el firme propósito de ser vistos, de hacerse notar y ganarse un puesto en el mundo.
Es que, fíjate tú, cuando le preguntan a un hermano mayor por su posición, parece un pavo real al responder: Yo soy el mayor. Lo dice casi como si su respuesta fuera la fórmula secreta de la coca cola o la receta casi extinta de las conservitas de leche de las Gutiérrez del barrio arriba. Y si la misma pregunta se le hace a un menor, este también saca pecho para develar, cual estatua imponente, su posición de pechichón… ¡El del medio no! él gaguea, titubea, queda en el limbo antes de responder la pregunta y admitir que es la mortadela del Sánduche.
Pues bien, les cuento que yo soy la del medio y gracias a ello, el puente generacional que, desde esa posición, me acercaba tanto a los grandes como a los chiquitos, pude bañarme en todo los aguaceros y rapiñarme los amigos tanto de los de arriba como de los de abajo, sin jamás sentirme como perro en misa y atrapar en una telaraña inmensa de empatía, a amigos de cualquier edad, desde los canosos y con chapa hasta los melenudos y con dientes de leche o frenillos.
A sudor, codazos y pulso van los del medio por la vida buscando su lugar, sin tanto pechiche o adulación, se abren paso en esta jungla y para ser reconocidos deben hacerlo absolutamente bien, porque el mamarracho que pinta un mayor es siempre una pieza de museo y “los pollitos dicen” que canta el menor se escucha como ópera de Pavarotti, así que le figuró rasgarse las vestiduras, afinar gallillo y con disciplina intentar hacer bien alguna vaina, la media luna o el salto triple mortal, a lo mejor así le aplauden y bueno, si no le aplauden, no pasa nada, ya sabe él lo capaz que es y listo el pollo.
Y bueno, los del medio no somos ni pocos y ni tontos, esto le ocurrió también a Martín Luther King, a Madonna a Abrahán Lincoln y al arruinadito de Bill Gate, sánduches ilustres que dejan su legado en diferentes campos a la humanidad, que aprovechan de la experiencia de sus mayores, la practican con los menores y se hacen fuertes, aprendiendo desde pequeños a ganarse su puesto en la manada.
La del medio de mi casa está de cumpleaños por estos días y está muy feliz por estar rodeada de todos los combos de sus hermanas y, además, en su lugar favorito: Riohacha.