Cuenta la leyenda que estos personajes fueron completados con un “chorrito de miao”, debido a que por ser los últimos en nacer, fueron hechos cuando sus padres estaban ya entrados en años.
En realidad es una manera de justificar el pechiche con el que vienen rodeados desde sus nacimientos y como si tanto consentimiento no bastase, nacen con una varita mágica invisible, pues desde el primer llanto y hasta un último suspiro, sus deseos son órdenes y poco importa que sean los más chiquitos de la familia porque ellos son los que mandan la parada.
De tal manera que muchas veces son utilizados como mediadores entre los otros hermanos y los progenitores para obtener algo difícil: un permiso especial, el carro de la casa, plata para chucherías y hasta sintonizar la TV en un determinado canal porque al vejé nadie le dice que no.
Nunca son llamados con el nombre de pila, siempre tienen un apodo cariñoso o un diminutivo.
En mi casa, era una hembra; una gata rabiosa que a punta de arañazos imponía su no tan santa voluntad, que dormía en un mecedor en los brazos de mamá, arrullada cual bebé cuando estaba ya bien canillona y con los dientes de hueso.
Estos suertudos hermanos menores nacen con guardaespaldas, y si alguien osa a ponerles un dedo encima, se las verá con un ejército enfurecido que saldrá a defender al “benjamín”.
Con el cuento ese de que son los más chiquitos, saben imponer su santa voluntad aún hasta después de viejos, porque los hermanos menores nunca crecen, siempre serán nuestros muchachitos y por ellos velaremos así tengan canas o estén calvos.
A veces vienen injustamente acusados de inútiles y es claro que si están acostumbrados a que les hagan todo, pues poco aprenden. Sin embargo cuando les toca sacar la casta, sacan a relucir una valentía desconocida hasta por ellos mismos y echan mano de todo lo que aprendieron de sus mayores para sortear cualquier situación, en aquellos casos en que la varita mágica se mueve, sin nadie que les resuelva.
Al pechichón de la casa se le prolija primorosos cuidados cuando se enferma y suele hacerlo a menudo, de ahí la creencia del completado de pipí para su procreación. Lo mejor del cuento es que cuando está indispuesto se paraliza la casa para atenderlo: solo se juegan juegos tranquilos para poder entretenerlo y que pueda participar y se le prestan los juguetes más bonito y capaz y hasta sin postre se queda alguno, porque el pechiche quiere el repechaje y a él sí que nadie se lo salta por manteca.
Como me hubiese gustado ser la menor y tener todos estos privilegios, pero me figuró ser una hacedora más de los sueños por cumplir de la menor de mi combo y ni crean ustedes que es una chipiricuatro con sus dientes de leche, ya está llegando al quinto piso por estos días y aún hace valer sus derechos de pechichona con propiedad.
¡Larga vida a nuestros bordones! Al fin al cabo, si la naturaleza les hace justicia y sigue su orden cronológico y natural, son ellos quienes cerraran nuestros ojos.