Chaita cerró con candado la puerta de su lucidez y botó las llaves en la punta del muelle. Se agarró fuerte de los lazos de amor que la ligaban a su numerosa familia y así contuvo las ganas de tirarse junto con las llaves y se dedicó a deambular por los laberintos de sus confusiones y miedos.
Cuando las sombras nocturnas la asustaban, apelaba a sus recuerdos y la voz inconfundible de su padre la tranquilizaba: “El gallo está en la vara”, le retumbaba en sus oídos y ella sonreía.
Visualizaba al flaco Simón, curucuteando los cables de su picó y llenando de algarabía toda la cuadra y mucho más allá, en su reino de zapatos remendados y música estruendosa y con sus hermanos retozando en la calle, con la pata pelá y la carcajada fresca.
Un buen día puso fin a su soledad y compartió su fragilidad mental con ‘Rafa’
Se enamoró de la valentía con que este desafiaba la velocidad de los carros, al usarlos como instrumento de trabajo para machacar los potes que recogía cerca a los locales de diversión de La Primera y que acumulaba en un saco de fique, para después venderlos al peso.
Mucho riesgo pa’ poco beneficio, pero las opciones de ‘Rafa’ eran limitadas y realmente se divertía cada vez que lograba meter debajo de las llantas en movimiento de un carro, una lata de cualquier bebida y, con certera precisión, pangaba un pote.
Chaita y Rafa construían barrotes imaginarios donde encerrar su pasión desenfrenada, ellos no sabían que esos muros construidos en los preámbulos del Eros y dentro de los cuales se amaban, eran transparentes y por eso, despreocupados del qué dirán, daban rienda suelta a su amor a plena luz del día y en cualquier inoportuno lugar, siempre amparados por las tinieblas de una incierta cordura.
No le hacían daño a nadie, se calmaban, serenaban y se saciaban el uno con el otro y en ese mundo privado e incomprensible para los demás, ellos eran felices.
‘Chaita’ no entendía de maldad, su corazón era el de una niña y vivía tranquila en el barrio, bajo la sombra de sus parientes y vecinos que la vieron nacer, crecer y perder la razón…
Los laberintos de su mente, le eran descifrables solo a ella. Podía recorrerlos sin extraviarse pero un buen día decidió partir en un viaje sin regreso, junto al hijo de Limber, sin dejar huella ni rastro para nunca más volver.
‘Rafa’ la buscó y la extrañó, la lloró y la recordó y dejó de divertirse con los potes pangados porque ya no tenía a quien hacer alarde de su valor.
Entonces alguien del combo de los buenos, lo vistió de dignidad y consoló sus lágrimas con trabajo y lo contrató para repartir periódicos, regando las noticias por las calles y mientras lo hacía, la buscaba pues conservaba en su corazón la esperanza de encontrarla en un rincón y escrutaba con desespero el rostro de las personas que se cruzaban por su camino, para cerciorarse de un triste “Chaita ya no está” y quién sabe si un día recordará el camino y regresará a casa, y quién sabe si un día él la olvidará.