Por: Iliana Curiel Arismendy
Por medio de la Ley 2132 del 2021 se establece e institucionaliza en el calendario colombiano el Día Nacional de la Niñez y Adolescencia Indígena Colombiana con el fin de reivindicar la importancia de los niños, las niñas y los adolescentes indígenas como sujetos de derechos; de especial protección y consolidar en el país una cultura de protección y reconocimiento hacia la niñez. Que sea el 26 de agosto la oportunidad de “Hablar de lo que no se habla” sobre la niñez indígena.
En Colombia, los pueblos indígenas y afrodescendientes son quienes tienen los mayores problemas de inseguridad alimentaria. Según datos de la última Encuesta Nacional de Nutrición (Ensin, 2015): mientras que el 54,2% del total de la población padece inseguridad alimentaria, estas cifras son más altas en los hogares indígenas (77%). Estas cifras nos demuestran que la gestión por la lucha contra el hambre es desigual y afecta en mayor proporción a los territorios y a los sujetos indígenas. “El hambre es desigual: la padecen más los hogares indígenas y por ende las consecuencias en la niñez”.
34 de cada 100 niños indígenas menores de 5 años sufren de anemia, estas cifras son mayores en las regiones de la Orinoquía y la Amazonía. La deficiencia de micronutrientes como el hierro, zinc y la vitamina A es más grave en la población indígena (INS, 2019). Estas deficiencias producen graves afectaciones a la salud y el bienestar de la niñez, comprometiendo su adecuado crecimiento y desarrollo. A nivel de país el 10,8 % de los niños y niñas sufren de retraso en talla, este fenómeno es casi tres veces mayor para los niños indígenas: 29,6%. Esto se traduce en impacto en el cerebro de nuestros niños y niñas indígenas, es hipotecar sus cerebros en el presente y sus limitantes para un óptimo desarrollo y capacidades en la sociedad a futuro; la niñez indígena no da espera.
Es importante mencionar que según el Censo 2018 del Dane, el 47,9% de la población guajira es indígena y que el 45% de la población guajira es wayuú. El 11.6% de los wayuú vive en los centros urbanos y el 88,4% vive en los centros poblados y área rural dispersa.
La población pediátrica es de vital importancia: A nivel de rangos de edad, se identificó que el 14,8% de los wayuú son menores de 5 años, 14,8% está entre 5 y 9 años, el 12,6% está entre los 10 y 14 años y que sumados, daría que el 42,2% de los wayuú es menor de 14 años. Según estos datos, hoy deberíamos ocuparnos del más del 84% de la población wayuú. Debemos mirar a la infancia, niñez y adolescencia indígena wayuú y ocuparnos.
Valerín Saurith, nutricionista guajira, MSc Estudios Culturales, PhD en Geografía (c) refiere que en las geografías racializadas de Colombia es donde mueren más niños por hambre y desnutrición. En los últimos 6 años han muerto más de 5.000 niños y niñas wayuú menores de 5 años (Sentencia T302/2017). Son datos que representan la continuación del genocidio y extermino de los pueblos indígenas, en pleno siglo XXI, pero ahora bajo nuevos mecanismos: neoextractivismos, corrupción, desmembramientos de los tejidos alimentarios e imposición de la monocultura occidental.
En el 2014, el Dane realizó el tercer Censo Nacional Agropecuario (CNA), cuyos resultados permiten situar el contexto del acceso y los usos de la tierra en nuestro país. Una lectura de las estadísticas de las hectáreas disponibles muestra que los grupos étnicos tienen el 35,8% del área del país. Nuestros pueblos han perdido y siguen perdiendo un área considerable de espacio usado para conservación, recolección de alimentos y movimiento. Esto último ha aumentado el sedentarismo y los efectos negativos de las transiciones alimentarias y demográficas: malnutrición por exceso, obesidad, diabetes, hipertensión, muchas situaciones adversas y nuevas dimensiones poblacionales que afectan la salud y el buen vivir de nuestras comunidades. Todos estos cambios alimentarios no son otra cosa que cambios ecosistémicos, cambios en los modos de vida, en las formas de comer, de relacionarse con el alimento y el territorio.
Colombia es un lugar complejo para la niñez indígena y las organizaciones garantes no están interviniendo de manera adecuada porque tienen el foco en otro lado. Hoy en día, las corporaciones y organizaciones dominan la toma de decisiones dentro de los sistemas alimentarios de los pueblos indígenas; desde qué semillas se deben plantar hasta quién come qué en los programas de atención a la primera infancia; un ejemplo de esto es la estandarización de las dietas/minutas en el Programa de Alimentación Escolar (PAE) y en las diferentes modalidades de atención del Icbf, lugares en donde nuestros niños y niñas indígenas transcurren la mayor parte del día, lugares desconectados de la replicación de saberes y prácticas que logren una revitalización genuina del buen comer y la autonomía alimentaria. Para todos es evidente que por más buenas intenciones que tengan algunos de los funcionarios del Estado, encargados de la planeación de las políticas alimentarias, hay grandes articulaciones entre el modo en cómo están diseñados los programas y proyectos de nutrición y la captura corporativa de nuestros sistemas alimentarios. Por más que existan leyes y avances para incluir el enfoque diferencial en las políticas de salud y nutrición que afectan a los pueblos indígenas, hay problemas estructurales relacionados con la puesta en marcha de un diálogo intercultural e intercientífico que permita comprender y legitimar los saberes indígenas.
Una pregunta que siempre me hacen y hoy día para reinvidicar la niñez indígena wayuú toma trascendencia. ¿Cómo cree usted que se puede erradicar la desnutrición de nuestros niños y niñas wayuú?
Hay tres grandes barreras por las que no lo hemos logrado. Y si no nos ocupamos al final del 2022 podremos estar viviendo los peores datos de muertes en niños menores de 5 años de los últimos 10 años relacionados a eventos prevenibles y de salud pública del Departamento:
- Desidia institucional o gubernamental.
- Ignorancia o desconocimiento cultural.
- Ideología, estigma con las comunidades indígenas.
La muerte por desnutrición de nuestros niños WayuÚ o la discapacidad funcional o motora que vemos en las comunidades es la punta del iceberg de un fenómeno de deprivación multidimensional y complejo que se llama pobreza. Hay un gran error en la intervención actualmente, las competencias y las responsabilidades se les han entregado al sector salud, que solo puede resolver el 20% y su intervención está enfocada en atención en salud, en movilizar vehículos, identificar riesgos y hacer atención individual. “No se puede recuperar un niño desnutrido con cantaros de alimentos y fórmula terapéutica y devolverlo al entorno que lo enfermó”.
El otro 80% está desatendido, no hay articulación de los sectores sociales, hay ingobernabilidad para ejercer control de todas las intervenciones sociales en el territorio. En África, la economista Dambisa Moyo lo describió como “Ayuda Muerta”. La fallida estrategia Ni1+ demostró que solo se sentaban en la mesa Icbf y Secretaría de Salud.
La Sentencia T302 se volvió la “bolsa de intervenciones” sin un Plan y sin indicadores de impacto, cada sector responde por su pedazo y cada sector se defiende de lo que hizo y de lo que no hizo. Se requiere compromiso de veedores y entes de control; de sectores gubernamentales y de protección: Icbf, educación, asuntos indígenas, desarrollo económico, de obras: infraestructura, vivienda, agua potable y saneamiento básico.
Las acciones para erradicar la desnutrición deben ir de la mano de la organización de las intervenciones de la cooperación y de las ayudas humanitarias en el territorio. Una institución que coordine las ayudas, y no menos importantes acciones desde la academia.
El mejor ejemplo de erradicación del hambre en América Latina lo tuvo Chile, y lo logró. Las primeras acciones fueron poner al frente de la situación a académicos. Creó un Instituto de Nutrición y Salud para analizar los datos, las entidades gubernamentales maquillan datos, o los esconden y un buen análisis es un ejercicio de gobierno abierto y transparencia, hay que analizar el impacto de todos los programas sociales que se implementan y conocer la magnitud del problema en todas sus dimensiones, no solo contando muertos.
La región requiere una facultad de Ciencias de la Salud (Intercultural) que dé respuestas a las necesidades territoriales, educación intercultural para la salud, nutrición, enfermería, más médicos guajiros. Eso también es importante. Por último, pensar en una guajira intercultural, no solo wayuú. Una gran triada: gobierno (no solo salud), academia y lo privado. Una gran alianza coordinada que permita de una vez por todas sembrar las bases para una niñez guajira de Invisible a Invencible.