He leído nuevamente el libro ‘Vidas para leerlas’, de Guillermo Cabrera Infante. Desde el título se adivina la intención del autor de crear cierta confusión entre los lectores, que indudablemente lo asociarán con ‘Vidas paralelas’, de Plutarco.
Pero nada más distinto. En la obra de Cabrera Infante las vidas destacadas no corren paralelas; por el contrario, divergen claramente unas de otras.
Guillermo Cabrera Infante nació el 22 de abril de 1929 en Gibara, Cuba. Comenzó a estudiar medicina, carrera que cambió por el periodismo. Fundó en su país la Cinemateca Cubana, de la cual fue director hasta cuando el dictador Fulgencio Batista la cerró. Con el seudónimo de ‘G. Caín, fue crítico de cine en la revista ‘Carteles’, entre 1954 y 1960. Dirigió la revista literaria ‘Lunes de Revolución’. Ejerció la diplomacia en Bruselas. Al romper con el régimen de Fidel Castro se radicó en Londres.
Entre las obras de Cabrera Infante están: ‘Así en la paz como en la guerra’ (1960), ‘Tres tristes tigres’ (1966), ‘Vista del amanecer en el trópico’ (1974), ‘Exorcismos de esti(l)o’ (1976), ‘La Habana para un infante difunto’ (1979). Sobre cine escribió ‘Un oficio del siglo XX’, en 1963, y ‘Arcadia todas las noches’, en 1978; también publicó ‘Delito por bailar el chachachá’ (1995) y el ensayo ‘Vidas para leerlas’ (1998). Recibió el Premio Cervantes. Antes, en 1964, había ganado el Premio Biblioteca Breve; en 1970, ‘Tres tristes tigres’ fue el libro extranjero más vendido en Francia.
Aunque Cabrera Infante era novelista, sus historias consignadas en ‘Vidas para leerlas’ se ciñen a la verdad conocida por él mismo, en algunos casos, o relatadas por allegados a sus biografiados. Cuando retrata al poeta García Lorca, el autor nos da a conocer las relaciones del poeta de Granada con el colombiano Porfirio Barba Jacob; sobre todo, nos señala las coincidencias homosexuales de ambos y un oscuro incidente al disputarse los favores de un fornido mozo en el malecón de La Habana. Pero se conoce también una faceta oculta del gran escritor cubano José Lezama Lima, autor de ‘Paradiso’ (1966), una obra explosiva anterior a la aparición del llamado “boom literario latinoamericano”. Cabrera Infante nos sitúa frente a Virgilio Piñera, poeta, narrador e importante dramaturgo cubano nacido en 1912.
El ajedrecista José Raúl Capablanca pertenece a los recuerdos de infancia que Cabrera Infante incluye en ‘Vidas para leerlas’. En efecto, su madre lo llevó de la mano a ver el cadáver del rey del ‘deporte-ciencia’ en el catafalco donde lo expusieron para que recibiera el homenaje del pueblo cubano. Dice el escritor, textualmente: “Cuando nos acercamos, con reverencia pude ver todo lo que se podía ver de Capablanca: solo su rostro. Estaba terriblemente pálido, gris más bien, y en la nariz y en los oídos tenía torpes tapones de algodón. Capablanca se veía inmóvil y sin edad: estaba muerto, era evidente, aunque era un inmortal”.
Hay en ‘Vidas para leerlas’ una referencia al poeta y dramaturgo Calvert Casey. Es la parte más intimista de toda la obra, y refleja el aprecio que sentía Cabrera Infante por este atribulado cubano nacido en Baltimore, Estados Unidos. Son, sin duda, vidas para conocerlas.
El libro por el cual se recuerda a Cabrera Infante es, sin duda, ‘Tres tristes tigres’. En el diario ‘El Mundo’, de España, el periodista Raúl Rivero comenta sobre esta obra: “[…] La novela es inocente. Las historias que cuenta son divertidas y apasionantes; está llena de música y de personajes que aman la noche habanera, se enamoran con unos ‘bolerones’ que siguen vivos, y cuando ven a una mujer bonita no le dicen un piropo ni la comparan con las estrellas. Lo que hacen es mirar para otro lado y decir: “¡Qué cosa más grande, caballero!”.
En conjunto, la obra de Cabrera Infante es un compendio de buena literatura y un logrado intento para rescatar el lenguaje habanero, sin abandonar el propósito de rendir culto a la lengua española. Su malabarismo verbal se patentiza en todas sus obras. Pero en ‘Vidas para leerlas’ el autor da rienda suelta a su juego con la palabra y a cada momento nos sorprende con retruécanos y otros recursos literarios que llenan de humor este libro singular. Se nacionalizó en Inglaterra en 1966. Murió en Londres el 21 de febrero de 2005.