Hace unos días mientras escuchaba la canción de Carlos Vives titulada ‘19 de Noviembre’ me llamó la atención la afirmación con la que inicia –grito de mi independencia – y es ese el grito de libertad que todas las mujeres necesitamos y merecemos, una que nos salve por completo de las violencias.
Cada 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la No Violencia Contra las Mujeres, esto implica que es más que una fecha mediática, es la invitación a hacer de la equidad e igualdad de derechos y género un estilo de vida. Es el ejercicio de visibilizar para erradicar, porque todos y todas somos víctimas directas o indirectas de la violencia y eso, inevitablemente, nos convoca a hacer algo para lograr vivir sin violencias y activar el derecho que tenemos todas las mujeres a vivir sin miedo.
El 25 de noviembre no debe llevarnos exclusivamente a la revisión de cifras y al desarrollo de diversos eventos conmemorativos, sino a una conciencia y compromiso por transformar imaginarios sociales que arraigan y normalizan las violencias de género.
El papel de la mujer en la historia se ha visto violentado. Se culpa a la mujer por su misma condición de mujer, por ejemplo, con historias que refieren que el hombre tuvo que descompletarse para darle su costilla a la mujer para que fuera creada y, luego, ésta lo lleva a equivocarse; y esos son historias que se repiten en la cotidianidad.
En este sentido, es importante mencionar que en América Latina, como afirma Norma Fuller (1995): “la herencia colonial y patriarcal nos legó un sistema genérico en el cual las categorías femenina y masculina se organizaban en esferas netamente separadas y mutuamente complementarias: La mujer en la casa, el hombre en la calle” (p. 241). Podría esto llevar a considerar que el espacio público siendo asignado a lo masculino y entendido como parte del poder de los hombres, se convierte en un escenario de reacciones violentas hacia las mujeres que deciden trascender de la privacidad (doméstica) que le ha sido asignada; se enmarca dicha consideración en imaginarios sociales y asignaciones de roles para uno u otro género, que propician tipos de violencias cuando alguno decide salirse de la normatividad establecida, siendo en mayor porcentaje victimizada la mujer, y si esta situación no cambia no se podría hablar de una real y consistente vida en igualdad y equidad de género.
Por último, es importante mencionar que otros efectos de los imaginarios sociales corresponden a que instituciones como la familia se consideren desde modelos ortodoxos, cumpliendo estereotipos como: la heteronormatividad, la reproducción, el patriarcado, entre otras. La mujer en este ámbito es la cuidadora, reproductora y sometida al dominio de figuras masculinas; y es pertinente pensar en la salud de las mujeres trascendiendo a los roles que le han sido asignados históricamente. Vivan las mujeres libres y amadas, que todos los días sean un 25 de noviembre y un poderoso grito de independencia.