El jueves 18 de enero p a s a d o, Riohacha fue sacudida por un ensordecedor sonar de pitos. La gente salió a las calles para conocer lo que pasaba. Todos se sorprendieron al ver una gigantesca caravana de camiones cisternas que ingresaban por la avenida del
Progreso o calle 15.
Eran los 40 camiones adquiridos por la Unidad Nacional del Riesgo, para mitigar la sed que estaba matando a los indígenas wayuú.
Fue algo descomunal, solo comparado con lo ocurrido en 1997, cuando la Troncal del Caribe , se inundo de de tracto camiones
cargados con tubos para conectar el sistema de alcantarillado de Riohacha, con la laguna de oxidación. También llegaron con una algarabía haciendo sonar sus bocinas.
Los dos eventos de manera separadas, se convirtieron en las pruebas fervientes de lo que ha sido la improvisación de proyectos,
que terminaron sepultando miles de millones de pesos en una de las regiones con las más escalofriantes cifras de pobreza monetaria
que tiene Colombia.
Ahora, casi 11 meses después, los camiones salieron silenciosos en horas de la madrugada, con destino a Santa Marta, para que la gente no se percatara del gigantesco fracaso de una alocada carrera comercial que terminó con la compra de 40 camiones que no
pudieron transportar una sola gota de agua para miles de familias indígenas que agonizaban frente a una sequía cíclica que padecía
el extremo norte de La Guajira.
A los guajiros solo les quedó fétido olor de un escandaloso robo de recursos del Estado, invertidos sin ningún tipo de estudio, simplemente bajo el ímpetu emotivo de unos funcionarios que parecen que cumplían algunas órdenes emanadas por ‘voces fantasmales’ que nunca reconocieron su responsabilidad.
Pese a que el problema del agua potable no ha sido resuelto, los camiones los sacaron de los parqueaderos en donde estaban siendo
destrozados por el sol avasallador, las brisas y las lluvias de los últimos meses. A La Guajira, fuente de inspiración del millonario
contrato, solo le quedaron 8 vehículos, el resto fue feriado en otras regiones del país.
Pero no solo el negocio oscuro de los camiones invade con su fétido olor al territorio guajiro; sobre las espaldas de algunos
contratistas, cabalgan las dudas y deudas, que dejan las ollas comunitarias y los contratos de 1.442 jagüeyes, a quienes no les
han pagado las partes ejecutada de los millonarios contratos.
Durante la pasada emergencia decretada en el departamento de La Guajira, por las fuertes lluvias que destruyeron las trochas y dejaron aisladas decenas de comunidades, la famosa Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, solo habló, anunció,
pero poco aportó para mitigar la crisis, ahora generada por el exceso de agua.
¿Servirán dos camiones para llevar agua potable a miles de familia? ¿Será que manos oscuras quieren continuar con el negocio de
contratar camiones ‘fantasmas?