Los vecinos de infancia, al tiempo fueron mis enemigos, ya no van a mi casa, unos murieron, otros se han ido”. Aparte de la canción ‘Bendito diciembre’, de la autoría de Rafael Manjarrez.
El 30 de septiembre reciente pasado eran las doce del día cuando recordé que a esa hora y para ese día hacen cuarenta y cinco años partió hacia la eternidad ‘Babo’, mi buen abuelo, dejando enlutado para siempre el corazón de mi vieja. Se fue el hombre analfabeto, inteligente, trabajador, filósofo y bueno, que asumía la crianza y manutención de todos los huérfanos de la familia y de las viudas desamparadas de Monguí, experto en la predicción del tiempo y soluciones alternativas de conflicto; también estuvo en mi mente esa pléyade de hombres y mujeres que le dieron a su terruño la fama como ‘Pueblo del dulce de leche, de paz, cultura y trabajo’. Igual, reflexioné a cerca del presente y futuro de los pueblos polvorientos y benditos, dueños de historias y recordaciones.
Ineludible pensar que hay pueblos que, por la inteligencia natural de sus primeros habitantes, tienen cultivado en su corazón un inmenso árbol inspirador de valores, es el mejor legado que las nuevas generaciones han recibido cuando ya los visionarios primeros han partido a la posteridad.
Lo anterior es destacable, pero duele reconocer que esa obra majestuosa de solidaridad y de buenas maneras le está quedando grande a las nuevas generaciones, porque después de los iniciadores, quienes abrieron el camino, hubo continuidad con una generación de jóvenes inquietos que aunando esfuerzos hicieron la revolución de las pequeñas cosas, así con sudor y espíritu soñador le dieron servicios públicos a su gente, en condiciones incipientes, pero mejoraban las condiciones de su existencia. Eran muchachos honrados que alternaban sus estudios en las escuelas vocacionales la venta de dulces, queques, almojábanas y muchos inventos más, con las actividades agrícolas y la cría de los animalitos con sus viejos, ellos regresaban en vacaciones a ayudar a sus mayores, con las manos limpias y los pies sucios de boñiga.
No sé qué pasó, pero de un tiempo para acá el demonio parece que estuviera tomando el control de nuestros pueblos, las enemistades gratuitas, la difamación contra sus coterráneos que con sacrificio se han logrado superar, y el odio inexplicable amenazan en forma grave las posibilidades de convivencia en paz y en armonía como nos enseñaron a vivir quienes ya se fueron, nadie parece dispuesto a aceptar sus propios errores, para culpar a los demás de sus infortunios; Dios ha sido especialmente generoso con nuestros pueblos al regalarnos un cielo inmenso de noches estrelladas que todavía se puede mirar en las primas noches para contemplar la inmensidad de la luna con sus caprichosas fases que permitían a mi abuelo pronosticar cuando iba a llover y cuando no, pero nada de eso es importante ya, nadie lo mira porque la mirada ahora se fija en el objetivo para las maldades y las maldiciones inmerecidas.
Se pregunta uno ¿de dónde salió tanta gente mala? Es el interrogante que nos trasnocha, porque los comportamientos que se están presenciando parecen importados de lugares cercanos a donde el diablo guardó el trinche, y como lo malo tiene más fuerza que lo bueno, la patanería sustituye a los argumentos y pretende silenciar a la razón, la gritería mientras tanto manda a callar a la inteligencia para cortar por lo más bajo.
Comentario particular merece el tema familiar, parece que con la muerte de los abuelos de uno se hubiera borrado de la memoria colectiva que ellos dieron de comer para que no murieran de inanición muchos de los que hoy hablan mal y desean el mal a sus descendientes, las consideraciones han sido de las primeras víctimas en esta inversión de valores donde cualquier pariente por muy cercano que sea se presta para asesinarle las ilusiones a cualquiera por física envidia, y como dijo Diomedes, si usted no le da lo que trabajó a quienes no les gusta trabajar, pero sí ostentar “Ya lo tildan de mala gente”, y no desaprovechan oportunidad para hablar mal de los hijos de su pueblo a cualquier aparecido, se aplauden falsos profetas pero se critica a los raizales cuando gestionan en beneficio de la comunidad, siempre presumen que toda gestión tiene el propósito de robar o negociar, porque todo ladrón juzga a los demás por su condición.
Cuánta falta hacen en los pueblos los viejos transparentes como el agua que evitaban los problemas, orientaban a la muchachada, eran amigables componedores y le preguntaban a los hijos cómo y dónde consiguieron lo que llevaban a la casa, ahora algunos de los que quedan los felicitan por su gran capacidad de hacer dinero sin mayor esfuerzo, sin ganarse la lotería o encontrado algún entierro y sin oficio conocido; y si algún familiar les da consejos dicen que no se metan que son asuntos suyos, que es envidia, por sus ‘cruces maravillosos’, olvidando que lo bueno es para el dueño y lo malo se reparte entre la familia; con el agravante que los padres que no son apoyadores de las cosas mal hechas le tienen miedo reverencial a los hijos, así toca esperar lo peor de un momento a otro, a menos que algo extraordinario ocurra.
Exhortamos a los padres a estar atentos para enterarse en qué andan sus vástagos, urge enderezar el rumbo, vamos directo al abismo, y conminamos a todos nuestros conciudadanos a persistir en nuestras gestiones para mejorar las condiciones de existencia de nuestras comunidades, así como se hacía antes, porque no se puede dejar el porvenir en manos de gente violenta que no está interesada en escuchar.
No olvidemos que Pancho, el pueblo más próspero de la región, se acabó por la imprudencia de un borracho y la intolerancia de un policía el 13 de junio de 1939.
¡Que Dios tome de su mano a nuestros pueblos!