Venir a ver a Magnolia en el Cabo de la Vela significó pasar al lado de cinco puentes y no por encima de ellos, por donde no corren ríos, ni arroyos, salvo los charcos de barro amarillo que hacen más difícil el camino.
Ahí estaban sus hijas, tres hermosas niñas negras del clan Uriana, de los seis hijas que tiene en total, hablantes todas del wayuunaiki, dueñas de un color de piel encapsuladas en la diáspora de sus antepasados africanos, supe de inmediato que Magnolia era una mujer llena de virtudes en medio del abandono y la pobreza. Quise saber del padre de sus hijas, cómo había llegado hasta el Cabo, cómo se conocieron y cómo había acabado todo. Magnolia es una mujer wayuú que no teje mochilas ni chinchorros para dormir, sus manos tejen otra clase de entramado. Ella teje la red para pescar y sale todas las madrugadas a alta mar, cuenta que la mejor hora para salir es de 2:00 a.m. a 3:00 a.m. mientras sus hijos duermen.
Aprendió el oficio de ‘apaalanchi’ por ser mayor que sus hermanos varones: “no habían nacido y mientras crecían me llevaban a mí”, dice. Sus hermanas Teresa y Marina también saben pescar en alta mar, pero solo Magnolia lo hace, ellas se quedan en tierra firme cuidando a una extensa prole de hijos y sobrinos. Magnolia no quiere enseñarles a sus hijas a pescar, quiere que se dediquen a estudiar, aunque no es fácil, ya Magnolia se prepara para ser abuela, su hija adolescente de 17 años de edad espera su primer hijo.
Magnolia me pudo contar una historia de amor entre ella y un chocoano que vino en un barco de una industria pesquera, quien la vio y se quedó prendido de una ‘pulowi’ de mar, se desprendió de ella, pero no del territorio, aún sigue en el Cabo vendiendo gasolina de contrabando.
Me concentro en una de sus hijas, Rosa Linda, quien habla dos idiomas: el wayuunaiki y el español. Sus rasgos son propios de una princesa Abisinia, dueña de un hermoso color de piel. Cuando le pregunto –¿wayuú Pia?– Contesta: “wayuú tayá Uriana”, y me siento tan diminuta ante tan bella y gigante confirmación.
Magnolia Uriana, de Uchitu, es una auténtica ‘apalaanchi’, pescadora de alta mar, una mujer oceánica, tejedora de redes y lanzadora de arpones; ella caza y atrapa los escasos frutos del mar, los vende a muy bajo costo y estoy segura que muchos pagamos más de $79.000 por una langosta en un prestigioso restaurante. En este sector de la economía wayuú seguimos siendo el primer eslabón de esa larga cadena del comercio injusto.
– ¿Por qué está escaso el pescado Magnolia?
– Por los Vikingos
Su respuesta nos puede llevar a los pueblos nórdicos originarios de Escandinavia, famosos en el pasado por sus incursiones y pillajes en Europa, pero no, son otros Vikingos, que con sus gigantes redes industriales arrastran y se llevan el ganado de mar de Magnolia y de todos los ‘apalaanchi’ wayuú.
Si vas al Cabo busca un rancho de zinc y polisombra, ella te recibirá, y si está en tus manos apoyarla, hazlo.
Apalaanchi: Los pescadores artesanales wayuú.
Pulowi: Aparición femenina encantadora (sirena).
Uchitu: comunidad de pescadores, ubicada en el Cabo de la Vela.
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