Aquella mañana no fuimos a la Universidad Nacional. Las clases podían esperar. Era un momento especial, un encuentro con la nostalgia, con la gloria perdida de un gladiador que nos representaba.
Aunque se trataba de una prueba de exhibición, Zadoc hizo su tímida entrada como si por primera vez pisara la pista de un estadio. ¡Él, que había conquistado escenarios famosos en ciudades importantes de nuestro continente! Así lo atestiguaban sus victorias en grandes eventos. Lanzó una mirada a cada una de las tribunas. No sabía que allí estábamos por lo menos dos de sus paisanos, quienes asistiríamos a lo que hoy considero ‘el canto del cisne’.
Zadoc tomó su lugar detrás de los tacos de partida y se aprestó a escuchar el consabido “en sus marcas, listos…” y el pistoletazo que marcaría el cierre simbólico de sus actividades atléticas. Quizá rememoró en esos instantes sus triunfos frente a connotados rivales de diversos países. Por su mente debió pasar, sin duda, la imagen de Jaime Aparicio, ídolo indiscutible del atletismo nacional y sudamericano. No creo que haya tenido tiempo para delinear el rostro y la mirada de asombro de Aparicio cuando vio que a su lado, como una saeta de ébano, trotaba y lo superaba el nuevo fenómeno del atletismo. Esa escena del ‘uno y dos’, de ahí en adelante se volvió repetitiva en las fotos de prensa.
Pero…, ¿quién fue Zadoc Guardiola? Su destacada estatura le permitió sobresalir en las pistas del país y del exterior como atleta nacido para batir marcas. Este samario, a quien localmente conocíamos con el apodo de ‘Calilla’, vivió rodeado de necesidades económicas. Sin embargo, en el plano nacional y en el latinoamericano realizó proezas que todavía se cuentan por ahí. Por sus facciones podría habérsele confundido con los naturales de la India. Pero no. Zadoc acrecentó el color moreno de su piel con los rayos que el sol de los pescadores concentró en su cuerpo mientras lanzaba chinchorros y atarrayas en las playas de Santa Marta. Su cabello: azabache puro.
Como suele ocurrir en nuestra ciudad, el nombre de este campeón de los 400 y 800 metros planos y destacado competidor en las pruebas con vallas, ha caído en el olvido. Solo he visto el nombre de Zadoc Guardiola en una novela escrita por Gustavo Cogollo Bernal; el narrador samario la tituló ‘Cochero, pare… pare, cochero’, en alusión a una canción con el mismo título. Pero, como novela al fin, la figura de Zadoc es intermitente y solo demuestra el deseo del autor de rescatar la imagen del citado personaje, quien en la vida real fue simplemente un humilde pescador, con vicios menores que iban un poco más allá de las llamadas travesuras.
Y en el atletismo, fue la máxima expresión de su época. ¿No fue él quien provocó el llanto del afamado Aparicio cuando, ante los ojos de este campeón, borraron su nombre, escrito en el trofeo, para reemplazarlo por el de Zadoc Guardiola en un Campeonato Sudamericano de Atletismo? Por este triunfo, que causó revuelo en el deporte colombiano e internacional, y por otros logros importantes de ‘Calilla’, el nombre de Zadoc debería rescatarse del ostracismo, donde permanece desde hace más de cincuenta años.
De Zadoc Guardiola se sabe que su niñez y su juventud transcurrieron en medio de extrema pobreza. En una entrevista, contaba que al correr, su largo tronco lo favorecía cuando contendía con muchachos de su edad. En el juego llamado triqui-triqui, siempre sacaba ventaja. Se trataba de golpear con un palo o vara un trocito de madera y luego correr, contando los pasos, hasta donde había caído dicho trozo. De ahí a convertirse en un atleta de largas distancias, para él no hubo sino un paso. Se volvió un atleta, pero sin la técnica ni la preparación física necesarias. Sin embargo, Zadoc Guardiola alcanzó los triunfos que he mencionado.
Habrá que decir a las nuevas generaciones que un samario, hoy totalmente olvidado, venció a los mejores atletas del continente americano. Pero agregaremos que su futuro se diluyó en las arenas de la playa de Los Cocos, en el barrio La Tenería, en Santa Marta, mientras esperaba, de día y de noche, que los peces ‘picaran’ la carnada o cayeran en los chinchorros que guiaba con destreza.
Aunque sabemos que la desidia de los gobernantes samarios y del Magdalena no les permite reconocer los méritos de quienes en verdad son ejemplo para las juventudes de estas tierras, esperamos que algún día nuestros escenarios deportivos dejen de perpetuar los nombres de políticos para dar paso a esas personas que en algún momento dieron lustre a nuestra ciudad.
Esa mañana, en el inicio de la Carrera del Recuerdo, Zadoc sacó apreciable ventaja a sus rivales; más adelante, el otrora gran atleta fue desvaneciéndose hasta caer desmayado lejos de la anhelada meta. Habían transcurrido nueve años desde cuando la Federación Nacional de Atletismo, en 1955, le aplicó una sanción vitalicia por negarse a participar en un torneo en Puerto Rico. ¡Y pensar que nuestro ‘Calilla’ tenía apenas 27 años!
Jaime Aparicio, exitoso arquitecto caleño, se convirtió en gran amigo de Zadoc y lo socorrió económicamente en más de una ocasión. Pero el ídolo de ébano no tenía las bases necesarias para sostener su propia estatua y cayó de nuevo en el vicio. En esa Carrera del Recuerdo, de 1964, en la pista atlética de El Campín, nos mostró su deterioro definitivo y, a su pesar, logró sacarnos unas cuantas lágrimas. El 16 de julio de 1980, Zadoc Guardiola perdió su últi