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Valledupar, la capital mundial del Vallenato, a partir del próximo lunes 30 de abril, se convierte, por así decirlo, en la Meca del Vallenato, de nuestra música vernácula donde los aires de los sones, paseos, puyas y merengues harán de los miles de turistas que llegan, no solo de los cuatro puntos cardinales de Colombia, sino de diferentes áreas del continente, a gozarse de lo lindo la 57° versión del Festival de la Leyenda Vallenata, que este año es en homenaje a Iván Villazón ‘La voz Tenor del Vallenato’, artista que ha puesto en alto a nuestra música vallenata; con una trayectoria musical de 40 años, nacido en Valledupar el 25 de octubre de 1959, con una discografía de 30 álbumes.
Entre sus numerosos éxitos, se destacan temas como ‘Inseparables’, ‘Pero qué va’, ‘Me quedo con tus besos’, ‘El payaso de la esquina’, ‘Perdóname’, ‘Cuando quieras quiero’, y otros tantos que lo han hecho merecedor a este homenaje.
Delirando me puse a pensar con todas estas metáforas hermosas: imaginen nuestra tierra sin música; sería un desierto de almas apresadas en estéril entorno, pues sin un canto vallenato, ¿Cómo cantarle a la vida? ¿A los amores y desamores, a la lealtad, al engaño, al amigo, a la madre, a la injusticia, al engaño, al pasado y al futuro, al dolor y a la esperanza, a los valores, orgullo de esta tierra diferente?
Y continúo en mi delirio: ¿Cómo sería nuestra vida sin la emoción de sentir un acordeón con sus notas descaradas y tendencias magistrales, o la caja que retumba con sus ecos en el alma, o la guacharaca que chilla melodiosas armonías? ¿Cómo concebir nuestra vida vallenata sin los cantos de Escalona, sin los bajos de ‘Poncho’ y Miguel López? ¿Sin los bajos del ‘Alejo’ que no muere, sin la poesía de Gustavo, de Freddy, de Octavio y de Tomás Darío? ¿O la poesía de Rosendo, que engalana nuestra alma?
¿Sin la narrativa de Andrés Becerra, que ya se nos fue, pero lo recordamos echando a volar el alma en versos que contonean en una parranda? ¿Cómo olvidar las notas del viejo ‘Mile’? ¿O cómo olvidar al mejor acordeonero del mundo, como lo es ‘El Pollo’ Irra, o un acordeón trotamundo, ¿como el de Egidio? ¿O los versos picarescos de ‘Beto’ Murgas? ¿O una parranda en la casa de Darío Pavajeau? ¿O una concentración de gallos sin ‘Checho’ ¿Castro, ‘Pellito’ Daza y los hermanos Orozco?
¿Cómo entender la música de juglares que se fueron, como el gran Escolástico Romero, ‘Poncho’ Cotes Queruz, Lácides Daza, ‘Chico’ Daza, Beltrán Orozco, Alonso Fernández Oñate, Armando Moscote, el mismo Escalona, Leandro Díaz, ‘Colacho’ Mendoza, Lorenzo Morales, Luis Enrique Martínez, ‘Toño’ Salas, el ‘Alejo’ que no muere, Octavio Daza, ‘Nando’ Marín, Máximo Movil, con Landeros, Adolfo Pacheco y Lisandro, los inmortales Rafael Orozco, ‘Juancho’ Rois, Diomedes Díaz, así como tantos otros que se me escapan de la memoria.
Y mi delirio aumentaba: ¿Cómo crecer en la vida sin el coro de acordeoneros, cajeros, guacharaqueros, cantantes y compositores que día tras día van naciendo para inmortalizar el acervo cultural y folclórico de esta tierra que es música, magia, poesía y lleva como alma un conjunto de acordeones, haciendo apología a nuestra recordada Consuelo, que como Policarpa y Manuelita, se convirtió para nosotros en la única heroína del Vallenato? La nostalgia siempre nos invade con el recuerdo de la única ‘Cacica del Vallenato’ y su eco se hace inmortal en la 57° versión del Festival Vallenato.
El delirio terminaba cuando en lejanía quedaba la historia del festival que en 1968 fundara Consuelo Araújo Noguera, el maestro Rafael Escalona, Miriam Pupo de Lacouture y el expresidente Alfonso López Michelsen.
Atrás de este delirio solo quedan rumores de viejas voces, cuando un indio desventurado se convirtió en un lamento arhuaco, recordando mi niñez, porque en ese día triste no vuelvo a Patillal, ya que como el hachero, siento que soy vallenato y la profecía de La Guajira se da para que el río Badillo se convierta en el poeta pintor, porque una mano cobarde sintió el delirio en una voz de acordeones y si vivió el paisaje de sol que al ritmo del paseo se oyó soy el acordeón, para sacarme la espinita, me encontré con mi acordeón y llegó como un eco, ausencia sentimental, porque es canción del valor que con el alma en la mano llegó de la Paz aquella puya almojabanera, ay, Patillal, con mi valle querido nació mi poesía, es que la sangre llama que haciendo coros a lo que se vivirá en el presente no hay tierra como mi tierra que en honor a la ‘Voz Tenor del Vallenato’, Iván Villazón Aponte, el hijo de Crispín y Clarita, ellos desde el cielo lo acompañarán en su grandeza musical; se vivirán momentos del ayer y de hoy, de eso no queda la menor duda, de este festival que es el más grande que ha dado Colombia. ¡Qué viva Valledupar, la Meca del Vallenato!