Solo la mitad de quienes participen en pruebas de eficacia e inocuidad de las vacunas anticovid-19 (y de cualquier producto biológico) recibe la sustancia como tal. Al resto le aplican dosis carentes de toda capacidad para originar cambios orgánicos; son los llamados placebos. El método científico exige equilibrio en los ensayos sobre la eficacia clínica de una sustancia y/o de averiguar la posible aparición de síntomas y signos no previstos al recibir el tratamiento. Jamás las pruebas de este tipo pueden afectarse por el sesgo científico (discriminación adversa). Estos procedimientos rigurosos desesperan a los pregoneros de milagros.
Sin embargo, no siempre hubo tal exigencia en la producción de conocimiento. La era científica empezó hace unos quinientos años con Galileo Galilei cuando dijo que la verdad no lo era por la autoridad de quien hacía una afirmación, acabando con el magister dixit (Es verdad porque lo dijo el maestro) y sentenció que la certeza radicaba en la experimentación. Sepultó a la escuela pitagórica. Antes de Galileo bastaba responder a los porqués con citar al maestro (“Lo ha dicho el maestro”). Por eso ahora hay la obligación de realizar varios estudios antes de poner un medicamento en el mercado, lo que representa buena parte de su costo comercial final. Incluso, sustancias que en principio parecen prometedoras, muy pocas veces llegan a usarse contra enfermedades.
Las pruebas de las vacunas anticovid-19, como la que se inició en Colombia, podrían generar falsas expectativas dado que tal vez haya quien espera recibir el biológico efectivo. Eso solo sucederá en la mitad de los casos. Se trata de probar que la vacuna sirve y cuánto y cuáles son sus efectos desfavorables, sin sesgo científico. El sesgo es lo que ocurre cuando, por ejemplo, alguien vende plátanos y el precio se da por unidad; el comprador seguro escogerá los de mejor aspecto, desechando los feítos. Vale decir, se selecciona lo que más conviene. Este tipo de discriminación adversa invalida la investigación en ciencias porque altera los resultados; la muestra objeto de estudio debe ser lo más homogénea posible. Entonces, para evitar que un investigador obtenga de manera fraudulenta los resultados que le interesan mediante sesgo científico, se inventó la prueba doble ciego, que se explica a continuación.
Primero, se confeccionan dos listas entre los voluntarios para la investigación sin que ellos las conozcan, y segundo, se compartimenta la información. En la primera lista son anotados quienes arriben a la prueba en turno impar y, a la otra van los que les corresponda un turno par. En otras palabras, quien llega de número uno, queda en la primera lista; el segundo va a la otra y así sucesivamente de manera alternada hasta completar el universo a estudiar. Resulta imposible cualquier manipulación. Aquí está el primer ciego; los voluntarios desconocen en qué lista quedaron. Se excluye así la selección adversa.
Luego de entregados los productos a probar en igual cantidad de vacunas y placebos, sin que les sea posible identificar qué se les inyecta a los voluntarios, a cada uno se le aplica una dosis, de lo uno o de lo otro. Este es el segundo ciego porque en este nivel nadie sabe qué se aplicó, si vacuna o placebo. La única persona en poder de toda la información es el investigador jefe. Los resultados tienen que ser ampliamente satisfactorios a favor de los tratados con la vacuna sobre los que usaron placebo para que el provecho se considere beneficioso. No obstante, si el efecto de la vacuna es equivalente o inferior al placebo, se descarta el biológico por ineficaz o peligroso. Por favor, no chistar si le toca agua florida, en vez de la vacuna. El método científico funciona porque se basa en la duda.