El 12 de julio de 1904 nació en Parral, Chile, el poeta Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, conocido desde 1920 con el nombre de Pablo Neruda. Como homenaje a este importante bate latinoamericano Premio Nobel de Literatura 1971, citamos sus propias palabras, contenidas en la obra autobiográfica ‘Confieso que he vivido’:
“Mi padre no ha llegado. Llegará a las tres o a las cuatro de la mañana. Me voy arriba, a mi pieza: Leo a Salgari. Se descarga la lluvia como una catarata. En un minuto, la noche y la lluvia cubren el mundo. Allí estoy solo, y en mi cuaderno de matemática escribo versos.
A la mañana siguiente me levanto muy temprano. Las ciruelas están verdes. Salto los cerros. Llevo un paquetito con sal. Me la como. Así, hasta cien ciruelas. Ya sé que es demasiado.
Como se nos ha incendiado la casa, está nueva es misteriosa. Subo al cerco y miro a los vecinos. No hay nadie. Levanto unos palos. Nada más que unas miserables arañas chicas. En el fondo del sitio está el excusado. Los árboles junto a él tienen orugas. Los almendros muestran su fruta forrada en felpa blanca. Sé cómo cazar los moscardones sin hacerles daño, con un pañuelo. Los mantengo prisioneros un rato y los levanto a mis oídos. ¡Qué precioso zumbido!
Qué soledad la de un pequeño niño poeta, vestido de negro, en la frontera espaciosa y terrible. La vida y los libros poco a poco me van dejando entrever misterios abrumadores.
No puedo olvidarme de lo que leí anoche: la fruta del pan salvó a Sandokán y a sus compañeros en una lejana Malasia.
No me gustó Búffalo Bill porque mata a los indios. ¡Pero qué buen corredor de caballos! ¡Qué hermosas las praderas y las tiendas icónicas de los pieles rojas!
Muchas veces me he preguntado cuándo escribí mi primer poema, cuándo nació en mí la poesía.
Trataré de recordarlo. Muy atrás, en mi infancia y habiendo apenas aprendido a escribir, sentí una vez una intensa emoción y tracé unas cuantas palabras semirrimadas, pero extrañas a mí, diferentes del lenguaje diario. Las puse en limpio en un papel, preso de una ansiedad profunda, de un sentimiento hasta entonces desconocido, especie de angustia y de tristeza.
Era un poema dedicado a mi madre, es decir, a la que conocí por tal, a la angelical madrastra cuya suave sombra protegió toda mi infancia. Completamente incapaz de juzgar mi primera producción, se la llevé a mis padres. Ellos estaban en el comedor, sumergidos en una de esas conversaciones en voz baja que dividen más que un río el mundo de los niños y el de los adultos. Les alargué el papel con las líneas, tembloroso aún con la primera visita de la inspiración. Mi padre, distraídamente, lo tomó en sus manos, distraídamente lo leyó, distraídamente me lo devolvió, diciéndome:
–¿De dónde lo copiaste?
Y siguió conversando en voz baja con mi madre de sus importantes y remotos asuntos.
Me parece recordar que así nació mi primer poema y que así recibí la primera muestra distraída de la crítica literaria”.
Con esa confesión, Pablo Neruda nos da a conocer no sólo su precocidad para navegar entre las letras, sino su vocación y la sensibilidad que se advierte en toda su obra poética posterior.
Decía el vate chileno: “Si me preguntan qué es mi poesía debo decirles: no sé; pero si le preguntan a mi poesía, ella les dirá quién soy yo”. No se equivocaba el poeta, porque sobre sus poemas está volcada su recia personalidad.
La poesía de Pablo Neruda está comprometida con el destino de América. Solo sus primeras obras condensan un sentimentalismo personal, reflejo de sus años juveniles. Cuando comienza su período de madurez y su militancia en el partido comunista, Neruda comprende el valor de la palabra como instrumento de persuasión.
Un poema suyo, con solo su título, demuestra esa polémica y comprometedora posición: ‘Hay que matar a Nixon’. En pocos versos el poeta recomienda, argumenta y justifica su vehemente petición.
Recordemos en esta fecha al autor de muchísimos poemas conocidos ampliamente: ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’, ‘Crepusculario’, ‘Tentativa del hombre infinito’, ‘Residencia en la tierra’, ‘El hondero entusiasta’, ‘España en el corazón’, ‘Canto general’, ‘Alturas de Machu Picchu’, ‘Que despierte el leñador’, ‘Los versos del capitán’, ‘Odas elementales’, ‘Cien sonetos de amor’, ‘Navegaciones y regresos’, ‘Canción de gesta’, ‘Cantos ceremoniales’, ‘Memorial de Isla Negra’, ‘La barcarola’, ‘Las piedras del cielo’ y ‘Confieso que he vivido’, entre otras.
Además, se impone en estas efemérides la lectura de sus discursos parlamentarios, publicados bajo el título ‘Yo acuso’, de la Editorial Oveja Negra, aparecido en abril de 2003. En esta obra veremos, más que al poeta, al hombre político que siempre fue.
Pablo Neruda falleció el 23 de septiembre de 1973, solo doce días después del derrocamiento y muerte de su amigo Salvador Allende, presidente elegido democráticamente por los chilenos. Se dice que el régimen del dictador Pinochet impidió el suministro normal de medicamentos vitales para la salud del poeta.