Por Miller Soto
La única forma de dejar huella en el suelo, es pisándolo. Pero no es así con las personas. Cuando se pisotea a un pueblo, no se dejan más que heridas. Surcos que rememoran agresiones. Con la gente, a diferencia que con el suelo, las huellas las dejan las caricias, el trato amable y el respeto. Quizá muchos políticos en Colombia no lo entienden: La Guajira no es un suelo, es un pueblo. Un pueblo que merece y reclama respeto. Un pueblo que además de soportar la histórica indiferencia del centralismo, debe aguantarse que por encima de los más elementales preceptos legales y constitucionales, se tomen decisiones que suprimen su soberanía.
Una intervención irregular en el Departamento y en varios municipios que no produce óptimos resultados; una embestida judicial que no avanza después de haber sido entusiasta y sospechosamente impulsada por medios nacionales favorecidos con la pauta; un Ocad Caribe en el que resultamos ‘aparentemente’ privilegiados, pero que no es más que la devolución de una pequeña porción de lo que nos raponearon; unos pozos profundos que no han terminado de inaugurar con bombos y platillos cuando ya se están secando; un documento Conpes elaborado con parsimonia pese a las angustias y a los afanes de nuestras comunidades; una absoluta indiferencia del Gobierno frente a la problemática de la masiva inmigración de venezolanos que complica cada día más el tema de la inseguridad. En fin, una situación deprimente que no pareciera vislumbrar solución en el futuro inmediato.
Como para acabar de rematar, crece y crece la actividad de las campañas proselitistas con miras a la elección de congresistas; y todo, en un contexto de escasez y miseria que seguramente será expuesto ante decenas de aspirantes al Senado que sólo recuerdan que existe La Guajira cuando la necesitan para cumplir sus propósitos electorales. Aquí los veremos pavoneándose, de reunión en reunión, haciendo promesas destinadas a incumplirse, con la sonrisa a punto y el abrazo al pelo. Pero ya eso lo sabemos. Nos visitan cada cuatro años a exhibirnos sueños dibujados con palabras que se desvanecen tan rápidamente como lo hacen ellos después de elecciones. Sin embargo, el pueblo los vuelve a apoyar. ¿Por qué lo hacemos?, ¿Por qué darle apoyo a quienes sabemos que no voltearán a mirarnos pasado el certamen electoral?, ¿Acaso somos idiotas? ¡Por supuesto que no lo somos! El pueblo guajiro, además de inteligente, es intuitivo. Tiene la capacidad para comprender cuándo un político oportunista viene a pescar apoyos que después ignorará; sin embargo, aún sabiéndolo, es factible que lo apoye. Y la razón por la que un guajiro –inteligente e intuitivo– podría apoyar a aquel que sabe que lo está engañando, es tan compleja como simple. El hambre, la necesidad de un empleo, la posibilidad de un contrato y el inmediato interés económico podrían ser algunas de las motivaciones que tenemos los guajiros para darle nuestro apoyo a opciones que a futuro no se convertirán en respaldos concretos para el Departamento. Como si tuviéramos una noción equivocada de lo práctico y en nuestra mortificación por resolver afanes inmediatos, nos olvidamos de lo fundamental.
Como si pensáramos más en nuestro presente, restamos importancia al futuro de nuestros hijos. Como pretendiéndonos avispados, cometemos la idiotez de resolver lo urgente mientras masacramos lo importante. No lo hagamos. Tengamos al menos la sensatez de ofrecerle apoyo a quien no nos vaya a abandonar. A quien nos brinde la certeza de que estará ahí para servirle a La Guajira. Nada parecido a lo que han hecho senadores que se llevan grandes apoyos de un pueblo al que sucesivamente maltrataron con su indiferencia. La Guajira merece todo… Y ellos no fueron nada.