Si Michel Houellebecq decidiera escribir una secuela de Serotonina ambientada en Colombia, no tendría que buscar mucho para encontrar inspiración. Bastaría con echar un vistazo a La Guajira, esa región donde la política no es solo un sistema de Gobierno, sino un género literario del absurdo. Aquí, los líderes no gobiernan; actúan. Actúan como si estuvieran en una telenovela mal escrita, donde las promesas incumplidas son el guión principal y la corrupción es el villano recurrente que nunca termina de morir.
En ‘Serotonina’, Houellebecq crítica cómo las élites políticas perpetúan un sistema injusto mientras los ciudadanos comunes sufren las consecuencias. En La Guajira, esto no es ficción; es nuestra cotidianidad. Aquí, la pobreza extrema no es solo un problema social, sino también un espectáculo mediático. Cada vez que hay elecciones o una crisis humanitaria (que, por cierto, ocurren con la misma frecuencia que los partidos de fútbol en domingo), aparecen los mismos personajes con camisas blancas inmaculadas, micrófonos en mano, jurando solemnemente que ‘esta vez sí’ resolverán el problema del agua, la educación o la salud. Es tan predecible que casi podríamos hacer apuestas sobre cuántas veces mencionarán la palabra ‘compromiso’ en sus discursos. ¿Diez? ¿Veinte? ¿Cincuenta? ¡Es como jugar al bingo, pero sin premio!
En ‘Serotonina’, Florent-Claude se siente alienado porque percibe que su voto no importa. En La Guajira, esa sensación no es una percepción; es una certeza. Aquí, la democracia no es un sistema de representación, sino un ritual vacío. Nuestras elecciones tienen un toque especial de surrealismo. Clientelismo, compra de votos y manipulación son prácticas tan comunes que ya ni siquiera sorprenden. La gente acepta el trato, no porque crea en el político, sino porque está desesperada. Así que, en lugar de construir un futuro mejor, terminamos intercambiando nuestras esperanzas por kilos de comida barata.
Si quisieran entender la verdadera naturaleza de la política, solo necesitarían escuchar a un candidato hablar durante cinco minutos. Prometerán todo: hospitales nuevos, universidades gratuitas, pozos profundos que brotarán agua fresca como manantiales bíblicos. Pero cuando asumen el poder, esos mismos líderes desaparecen más rápido que el presupuesto asignado para proyectos sociales. Es un ciclo tan repetitivo que podría convertirse en un meme.
Al final, lo que ‘Serotonina’ y la realidad política tienen en común es la falta de esperanza. En la novela, los personajes se resignan a vivir en un sistema que no pueden cambiar. En La Guajira, muchos habitantes han adoptado una postura similar: aceptan la corrupción y la inequidad como inevitables, porque han visto demasiadas promesas rotas como para creer en otra cosa. Pero aquí está la ironía: mientras los políticos siguen actuando como si fueran los héroes de esta historia, ellos mismos son los villanos. Son los responsables de mantener vivo un sistema que prioriza el beneficio personal sobre el bien común. Y aunque algunos intenten justificar sus acciones diciendo que ‘así es la política’, eso no cambia el hecho de que están despojándonos de algo más valioso que el dinero: nuestro futuro.
Y no me refiero solo al futuro económico o educativo, sino al futuro emocional. Vivir en un lugar donde la esperanza es un lujo inalcanzable afecta directamente nuestra serotonina. Literalmente. No es casualidad que tantas personas sufran de depresión o ansiedad. Cuando ves cómo tus hijos caminan horas bajo el sol abrasador para conseguir un poco de agua, cuando escuchas que otro niño ha muerto de desnutrición, cuando comprendes que tu voto no vale nada más que una bolsa de alimentos, es difícil sentirte feliz. Es difícil encontrar motivos para sonreír.
‘Serotonina’ nos deja con una sensación de melancolía y desesperanza. Pero, queridos lectores, en La Guajira hemos aprendido a reírnos de nuestra propia tragedia. Después de todo, ¿qué otra cosa podemos hacer cuando el Gobierno anuncia un nuevo proyecto de infraestructura y lo único que construyen son excusas? Así que, mientras esperamos que alguien decida que merecemos algo más que migajas, seguiremos aquí, preguntándonos si algún día tendremos serotonina natural, aunque sea en forma de lluvia.