Comienzo haciendo un reconocimiento a mis compatriotas por el magnífico comportamiento social –a pesar de la polarización y el odio imperante en las redes sociales– que en general tuvieron durante la jornada electoral del pasado domingo, con la que se cumplió la primera vuelta del proceso para elegir el presidente que asumirá el liderazgo de nuestro país a partir del 7 de agosto venidero.
También hay que hacer un reconocimiento a la Registraduría Nacional, que a pesar de las fallas ocurridas en las elecciones parlamentarias del pasado 13 de marzo, y de la enorme desconfianza reinante en muchos sectores políticos, pudo realizar un proceso transparente y logró entregar los resultados de la votación con inusual rapidez. Las misiones de observación electoral, conformadas por más de 3.500 delegados de todas las tendencias políticas, incluyendo 408 enviados internacionales que nos visitaron, comprobaron favorablemente ambos hechos y así lo comunicaron.
Los resultados electorales del domingo pasado, a pesar de que las últimas encuestas, antes de la votación, alcanzaron a detectar esa tendencia, arrojaron unas cifras sorpresivas –con respecto a Fico Gutiérrez y a Rodolfo Hernández– y nos han trasladado a un escenario político en el cual los colombianos tendremos que escoger entre dos populismos en la segunda vuelta de la elección presidencial.
En esta jornada democrática se impuso el deseo de cambio de muchos colombianos, quienes votaron para romper el continuismo y alejar del poder a los partidos y líderes políticos tradicionales que en su mayoría estaban apoyando a Fico Gutiérrez. Recibieron el castigo electoral de un importante porcentaje de la población que los responsabiliza del estado de corrupción reinante en la administración pública, y en general de la situación de pobreza y desigualdad, la falta de oportunidades laborales y de ingresos, entre otros. Es el costo del desgaste de muchos años en el poder, en los que el mal endémico de la corrupción se enraizó en la cultura de varios sectores de la sociedad colombiana. Esa corrupción que no ha sido castigada eficazmente por los entes de control ni por la justicia, ha sido ahora decididamente asumida por muchos colombianos, conscientes del poder del voto, como una bandera de lucha social y política para exigir su erradicación.
Ese sentimiento anticorrupción que se manifestó explícitamente en estas elecciones es el mismo del que se han querido adueñar los dos populismos ahora enfrentados para la segunda vuelta, representados por el candidato de la izquierda Petro, quien en algún momento de la campaña, al ver la fuerza con la que crecía el candidato Hernández, reclamó como suya esa bandera de luchapolítica. Lo paradójico de esta coyuntura es que el candidato de la izquierda, como parte de su práctica política del ‘todo vale’ se ha rodeado de dirigentes con visibles perfiles y antecedentes corruptos. Así es muy difícil lograr resultados positivos en esa enorme tarea. Por su parte el candidato Hernández, con un claro perfil político de derecha, ha estructurado sus mensajes proselitistas, que han sido simples pero efectivos, con base en su lucha anticorrupción, sin ser explicitó en la forma organizada y táctica de como lo hará.
En este nuevo escenario que se nos presenta para la segunda vuelta del próximo 19 de junio, los candidatos se verán obligados a hacer ajustes en la narrativa de sus discursos, sin cometer errores, con el propósito de atraer a los electores de los candidatos derrotados en la primera vuelta; es una acción lógica dentro del proceso de reacomodo de ese gran volumen de votantes que tiene la capacidad potencial de decidir el triunfador.
La más recomendable es que votemos en forma espontánea y entusiasta, sin esperar direccionamientos de los partidos o movimientos políticos como resultado de los ahora casi imposibles “acuerdos programáticos” –inconvenientes en la coyuntura actual–, tomando la que consideremos la mejor decisión con nuestro voto, pensando en el bienestar de nuestras familias, nuestras comunidades y el país.
El cambio ya será un hecho, así quedo decidió el pasado 29 de mayo, ahora hay que hacerlo sin odios y buscando preservar la estabilidad de la economía y de nuestra democracia, para un mejor bienestar futuro de los colombianos.