Por José Félix Lafaurie Rivera
Óscar Iván Zuluaga le sacó 458.156 votos a Juan Manuel Santos en la primera vuelta de 2014, pero en apenas 20 días Santos lo remontó por otro tanto. ¿Qué pasó? Hoy sabemos que el CNE exoneró a Zuluaga de sospechas de financiación de Odebrecht, mientras Prieto se enreda en sus contradicciones, tratando de cubrir a su jefe. Sin embargo, esa platica era invisible en ese momento y, además, insuficiente. Por eso se necesitaba el escándalo del hacker para restar votos y darle el triunfo a Santos. Óscar Iván, a pesar de la vulgar patraña, logró 7 millones de votos. Conclusión: le habían robado la Presidencia. Con el archivo del proceso en enero de 2017, con 7 millones de votos intactos y con el apoyo de su partido, Óscar Iván aspira a la Presidencia en 2018 con el viento a su favor. Pero pocos días después, y como perseguido por vaya uno a saber qué oscuros intereses, se conocen las revelaciones sobre un señor ‘Duda’ que habría recibido de Odebrecht 1,6 millones de dólares por apoyar la campaña de Zuluaga en 2014. ‘Otra vez el burro al trigo y el pollino a la cebada’. En marzo de 2017, en un acto de gallardía frente a su partido, a sus electores y al país, Oscar Iván aplaza su candidatura para enfrentar el nuevo proceso y se somete al Comité de Ética del Centro Democrático, desatando la carrera de los quíntuples por la candidatura de su partido. En octubre, el CNE lo exonera por el caso Odebrecht, y así llegamos a lo que se ha querido mostrar, sin razón, como una grave crisis. Óscar Iván envía una carta al partido solicitando respaldo para relanzar su campaña. Era su derecho y responsabilidad frente a sus electores; un acto de dignidad y de honor. No hacerlo era aceptar que el CNE, su juez natural por definición de la Fiscalía, había dejado los vacíos en que persiste esta última. El expresidente Uribe responde públicamente y con dolor de partido, que la insistencia del fiscal representa un riesgo político para la campaña. Razonable preocupación. ¿Cuál es la respuesta de Óscar Iván? ¿Acaso la del político tradicional atornillado a lo que considera sus derechos, su electorado, como si fuera patrimonio personal? ¿Acaso la de quienes ‘se abren del parche’ porque no reciben la importancia que creen merecer, como si la política no fuera un asunto de convicciones sino de ambiciones personales? No. Óscar Iván llama a la serenidad, la prudencia y la reflexión, sus tres virtudes teologales; y en los escasos caracteres de un trino, dicta una clase magistral sobre el deber ser de un político. Tres cosas claras. Primero: “El futuro de Colombia es el bien superior”. Segundo: La importancia de los partidos como expresión política: “El país necesita del Centro Democrático”. Tercero: “Las convicciones trascienden los momentos de dificultad”. Amalaya que no sea nuestro presidente. Algún día lo será.