A través de la Historia la mujer ha sido protagonista de hechos trascendentales. No necesitamos remontarnos a los tiempos bíblicos para demostrarlo; basta recordar aquí a Helena, la hermosa troyana causante de la guerra que en relato magistral se nos brinda en La Ilíada. En aquella época de la antigua Grecia, esta bella mujer, esposa de Menelao, fue raptada por París; con este pretexto se originó el conflicto. Eso comprueba la importancia de ese personaje femenino para involucrar a tantos reinos en la epopeya que nos cuenta Homero.
La humanidad conoce las acciones heroicas de Juana de Arco en Francia. Esta valerosa mártir, al frente de un ejército, liberó a la ciudad de Orleans y derrotó a los ingleses en el siglo XV.
La mujer ha dejado huellas en las diferentes manifestaciones humanas. Se le reconoce su participación en las ciencias, en las artes y en la cultura en general. No podríamos reseñar sino algunos de esos aportes, como el de Marie Curie en el descubrimiento del radio, elemento químico. Recibió por ello el Premio Nobel de física en 1903 y el de química en 1911.
En la literatura también podríamos extendernos en la ponderación de mujeres que han descollado por su exquisitez en el estilo o por la profundidad en sus planteamientos, como Marguerite Yourcenar, en Francia, autora de la obra ‘Memorias de Adriano’, libro que tiene como característica el ser consultado por jefes de Estado con el fin de asimilar esplendorosas ideas para el manejo político de las naciones.
Estas notas de hoy hubiesen podido comenzar con una referencia extensa sobre Policarpa Salavarrieta, Antonia Santos o María Cano, para ponerlas como ejemplos de la lucha revolucionaria y sindical colombiana. Fueron estas mujeres, en su momento, verdaderas representantes del inconformismo ante las desigualdades sociales. Sin embargo, es más significativo mostrar la participación femenina en diferentes contextos, aunque siempre quedarán sin mencionarse muchísimos casos, memorables por mil razones.
En un homenaje como este no puede dejar de citarse a la Madre Teresa de Calcuta, cuya vida consagrada al cuidado de los leprosos la hizo merecedora del Premio Nobel de la paz en 1979. En el plano latinoamericano, hurgando solamente en la actividad literaria, encontramos a la poetisa chilena Gabriela Mistral. Era educadora, lo cual por sí solo nos habla de su vocación humanitaria. Su obra fue coronada con el Premio Nobel de 1945.
Con el mismo galardón, pero en el campo de la paz mundial, fue distinguida la líder centroamericana Rigoberta Menchú, orgullo no solo del género femenino sino del componente indígena que hace parte de nuestra conformación étnica. Para ella fue el premio Nobel de la paz en 1992.
Los casos mencionados hasta ahora en estas notas podrían ser suficientes para organizar un merecido homenaje a todas las mujeres. Sin embargo, como puede observarse, las reminiscencias anotadas pertenecen al pasado. Es necesario pensar en los tiempos que se avecinan, en los desafíos que afrontará la mujer en el futuro, sobre todo, dentro de las comunidades o conglomerados sociales que día a día se tornan más complejos. Para transitar por ese período nebuloso, la mujer necesitará que se le trate con equidad. La igualdad con los hombres nunca la han deseado, aunque siempre se hayan confundido estos dos términos.
En los actos conmemorativos del Día Internacional de la Mujer siempre están presentes en nuestras mentes las modestas madres campesinas, con su carga de pesares y su callado aporte a la economía del país; las desplazadas de los campos por la violencia cotidiana; las forjadoras de patria como madres comunitarias y las innumerables mujeres que con el pesado título de ‘cabezas de hogar’ sacan adelante a sus hijos a pesar de la desidia de un Estado indolente.
Para todas ellas, en este mes y en los años venideros: ¡Felicidades!